En estos primeros días del mes de febrero de 2020, andaba discerniendo si el hacer y actitud de ciertos “entes” que manejan el timón de los pueblos, deriva en claras y transparentes acciones, y no en obscuras causas…

Siempre me ha dolido la indiferencia de quienes tienen el deber de la dedicación y la realización de procurar afectividad y respeto en sus funciones… Me  gustaría vivir en alguno de mis últimos días un respeto y atención de quienes, por ser representantes del pueblo, deberían escuchar a los demás… 

Hoy, por determinadas circunstancias, he caído en ese campo de gravedad de desdén hacia aquellos “entes”, que parecen gozar con su preponderancia, acoquinando a ciudadanos y obviando todo aquello en lo que, por su simpleza, no son protagonistas…

El Alarconcillo poco después de la tormenta perfecta

Por los márgenes del río Alarconcillo

El día cuatro de febrero de 2020, cuando junto con  don Rafael Mora, juez de Ossa de Montiel  rastreábamos actividades huertanas de antaño, (y no chasca con carcoma para tranquilidad de los cobistas piratas) en la Cuenca del Alto Guadiana y visitando su pequeño olivar y viñedo, junto al río Alarconcillo, decidíamos echar un vistazo a aquellos restos prehistóricos, con los que meses atrás, fortuitamente, nos topábamos…

El abandono de los vestigios es total…, nada de metódicas, “catas”, cuadrículas ni, que sepamos fichas científicas… 

Fondo de una orza funeraría

De nuevo, al ver restos prehistóricos, que hecho el consiguiente paralelismo, responden al fondo de la orza de cerámica espatulada del dibujo inferior (1), hemos vuelto a recordar aquel día, décadas atrás, en que nos encontramos con un asentamiento de la Edad de los Metales, que estaba siendo demolido por una máquina excavadora, para roturar el rodal de vega, en la confluencia del río de “El Sabinar”.

Dibujo de los restos prehistóricos de una orza funeraria

Nos hemos abstraído demasiado, (disculpas a don Rafael, por no haber tomado nota de los hortelanos que nos mencionaba) dirigiendo nuestra mirada a un poblado de altura, en un escarpe rocoso, y nos hemos imaginado a los pobladores, saliendo de sus enredados laberintos oscuros, de constreñidos cubículos; que la especie humana, en un determinado estadio de la evolución, imponía a la continuidad del tiempo…

Habitáculos “amparo” y límite de la irrupción de lo desconocido y tal vez apocalíptico… Y también para, desde allí, otearlo todo hasta la lentitud del tiempo… Allí se asentaron como para vivir una vida de fines eternos… Hoy, sin que nadie ponga remedio, se “descarnan” como las osamentas de sus cuerpos; ofrendas al río, entre vigilias, tratando de eternizar su inevitable final…

Graderíos travertínicos descubiertos por la tormenta

Colonias de berros (Nasturtium officinale) luchan victoriosas en los márgenes del río Alarconcillo, (término municipal de Ossa de Montiel) permaneciendo invulnerables a corrientes y bravas riadas, de tiempo en tiempo recurrentes, cuyas aguas se van aclarando y depurando, algo, a medida que corren hasta desembocar en la laguna “La Sampedra”.

En un lecho más alto, como alfombra fría y desnuda de tobazo, formada por eventos hidrogeológicos, a través de milenios, se han ido construyendo finos y vistosos graderíos travertínicos

Ahí donde luchan sin reposo las leyes de la vida, seres humanos tal vez extraviados por un catastrófico y oscuro rodar de la existencia o alumbrados por una misteriosa antorcha, para seguir “jugando” con el agua con la que estaban emparentados, incineraron y enterraron a sus prójimos… 

Restos prehistóricos, tumbas y ataúdes de barro

En estos últimos días del mes de marzo de 2021, vuelvo a visitar la casa de campo y pequeño predio de olivar y viñedo de don Rafael Mora Alcázar, juez de Paz de Ossa de Montiel y de su esposa Mercedes (“Merce”), boticaria excepcional por su abnegada dedicación y profesionalidad, que nos informa sobre los efectos secundarios de la vacuna contra el COVID-19, que le acaban de inocular…

“Rafa” y este torpe narrador, hemos vuelto a recorrer aquellos márgenes del río Alarconcillo, pequeño afluente del Alto Guadiana, de escasas “venosidades”, por los que hace un año anduvimos para comprobar la fuerza arrastradora  del agua de una gran avenida, fruto de una sañuda tormenta, donde, de improviso, nos topamos con tumbas de un capítulo ignorado de la proyección humana…

Restos prehistóricos en los márgenes del río Alarconcillo
Oquedad en la toba

Realizados, tal vez, en ofertorias ceremonias o apesadumbrada veneración colectiva; como “entregados”  a lo que fuera en otros tiempos cristalino manto y también al oscuro “sudario” de la muerte…

Hoy, de nuevo, con cierto desasosiego invisible en mí, he tenido pulsiones de estar asistiendo a aquellos funerales; con sus nebulosos hábitos, recogimiento y ceremonias casi religiosos… Me invade la visión de costumbres y ritos, impelidos por una fuerza de supersticiones y atavismo siempre latente, que nos arrastran a los sujetos humanos a la reflexión del destino, de la efímera y perecedera existencia…

Ahí, en la “desnudez” y “pobreza” del lecho fluvial, depositaron los restos de los difuntos, con la esperanza de alcanzar “regiones” de luminosos mundos, sempiternos e imperecederos y también la lluvia de la vida…

Hoy, en esas geografías y orografías; hurgando en los berros, junto al correr del río, en cuclillas junto a los restos de un “ataúd” de barro, totalmente menospreciados por quienes, con sus solemnes poses, falsa atención, amabilidad e imparcialidad, alardean de ser únicos en el gobierno de los pueblos, en silencio, en impresión de desasosiego, nos llegan grandes paisajes de torrentes cristalinos y el reposo del todo y de la nada, junto a aquellos seres tristes y afligidos. 


(1) JIMÉNEZ RAMÍREZ, S. Restos prehistóricos de una orza funeraria. Real Sitio de Ruidera. 2000.