Quédanse atrás, en la vecindad ruidereña los despojos de los Molinos de la Pólvora, por donde el agua fosiliza, lima y resquebraja tajamares, “canciles”, morteros y sillares… Queda privatizado el primitivo azud o “regolfo”, de superpuestas márgenes de tierra, que suministraba unos ciento cincuenta litros de agua por segundo, al molino de La Cubeta…
Contenidos
Ruidera
En la uniformidad del medio, se combinan tupidos carrizales, mansiegares, arboledas y anudada vegetación en estrechos laberintos, triados por fauna acuática y montaraz; donde los ruiseñores exhalan notas amorosas y otras aves llegadas por casualidad, que vuelan espantadas por los siniestros murmullos de las rapaces, allí en lo que fuera el molino de Miravetes.
Reguerones, sin apenas mudanzas, se laminan y encauzan en la embocadura del “Puente de la Esclusa” o principio del Canal del Gran Prior…
Salta el agua un tanto enfurecida por el “Baño de la Infanta”; empapando con tenacidad los enclaves del “Batán de Minguillo”, de “La Zarza” y “Chicano”, en el borde de la cota máxima del Pantano de Peñarroya.
Pantano y castillo de Peñarroya
El Pantano aparece como una longa bahía, de aquellos mares triásicos que cubrieron La Mancha hace millones de años; con sus aguas tersas, relucientes, jaspeadas de verde azules oscuros, ribeteadas de matorrales donde gallardean coníferas y encinas en las crestas del roquedal; entre las que aletean torcaces y otra fauna que se refugia en las laderas con montizales de coscojares y romerales… Las ánades se mecen y papan en la lámina del agua y en los limos circundantes… Por lo abajo, en lo hondo, se estratifican reliquias de habitación y otros aspectos materiales, de pueblos inmemoriales; que en su tiempo esmaltaron las márgenes ribereñas cuando el río atraía y servía a la vida… Denticulada orografía de graderíos y farallones roqueros, donde enjarja el muro de la Presa de Peñarroya…
El Castillo del mismo nombre, triste y rasgado, como capa raída, mirando valle arriba y valle abajo y a la, (a simple vista,) llanura ininterrumpida; calculado con graduada medida defensiva y “temperamento” guerrero, pero limitado por la imperennidad de la vida… Su craquelada figura, retenedora de quimeras, excelsidades y proezas, hacen que el ensimismado peregrino y el explorador caviloso vislumbren horizontes y universos del bien y del mal mismos… Y al noble señor o intrépido Caballero, tratando de conseguir sus fines…; malos o buenos y a la gleba con sus sueños errantes, sin sentir sus cuerpos encadenados y pies desnudos, en sus horas imposibles… Mirando a los inmensos, obscuros y silenciosos océanos del universo mientras roturaban las vegas, a mitad por mitad con su Señor.
A la soldadesca en el horror del combate, tiñendo el río de sangre mientras crascitaban los cuervos… Y a unos seres humanos ganando aprecio y otros desprecio y fama mala, que era ligera y fácil de levantar e imposible de quitársela de encima, cuando corría de boca en boca deprisa…
Atrás “Santa María”, enclave de uno de los cuatro castillos que, junto con Peñarroya, “La Roidera” y Villacentenos donó a la Orden de San Juan el rey niño Enrique I. Al poco el molino “Nuevo”, el de “El Curro”, el “Molinete”…sin tableteo en sus tolvas ni molineros trincando excesiva maquila… Pronto se recala en Argamasilla “de Los Alba” o “Lugar Nuevo”…
Argamasilla de Alba
Población la de Argamasilla de Alba, asentada en lecho fluvial viejo y húmedos lomacillos, de muchos rocíos…, a la espera de brisas y suaves escorrentías, (sufriendo riadas) para que cristalizara y cuajara la idealidad del humano agricultor; que debía cumplir con devociones y oscilantes esperanzas, cuando la agricultura era una fuente de sueños y una afirmación que agrandaba el hábitat humano… Prosiguen la bogación (sin barca) los fantásticos fluvionautas, para tomar conciencia de lo que hoy es el río (Canal del Gran Prior) y de lo que fue en aquellos ayeres ilimitados, cuando en él florecía la vida y el agua vertía sus tesoros para el bien de las comunidades humanas, de toda condición y oficio… Remansos con tentación de desierto, cobran valor de encantados manantiales donde bebió el bardo druida…
Llanos anchos, surcados por culebreante tramos fluviales que aceptan con generosidad su fango-ceniza que el viento esparce y fecunda… Ceñidos y vestidos los cauces por viñedos, herbazales, cañas de cereal y otras siembras entalladas, en lo que antaño eran generosos navazos lacustres… Los fervorosos y fantasiosos marinos, han de ganar pronto y a toda costa, la fortaleza de Villacentenos, en los horizontes alcazareños, para mostrar misivas (y si no queda más remedio, acatamiento y sumisión plena ) a nobles y Caballeros Sanjuanistas; antes de que se desvanezca el favor de la luz de los cielos… Legiones de hormigas muy afanosas con pesadas cargas para colmatar sus trojes, van y vienen (intercambiando información) en sincronizadas ringleras, cruzando el fondo de “largas”, azudes y “río madre” totalmente secos… Las aves revolotean, transportando en picos y patas briznas de yerbajos, plumas y lodo, para montar cunas y hogares en rendijas de casas muertas y en junturas de piedras de muros de molinos y batanes, (“La Membrilleja”, “La Parra”, “San Antonio”, “El Cuervo”, “ El Tejadillo”…) sobre los que ya no cae el agua espumante; sepultados de escombros y residuos unos y demolidos sin miramiento otros; hasta parecerse todos en su mutilación y abandono, por el ingrato silencio que guardamos los unos y los otros seres humanos, con poderes intelectuales o institucionales…
Alameda de Cervera
Tras cautivadora singladura, en un insomnio de despierto, entre la familiaridad de lo pasado y lo presente, aproximándose los trotaríos a donde antes hubo embarcaderos y cristalinos remansos…; cuando una anciana (cuentan) enloqueció al ver su rostro de Lozanía ida reverberado en el agua; al borde de pedregoso y yerto río, pandea Alameda de Cervera, como un sosegado y nostálgico santuario de costa, de imposible pleamar; con algunos parasoles de ramajes, radicado con afán colonizador, con su culto a dos crepúsculos: el del alba y el del ocaso…
En el seno de “ramales” fluviales esquilmados, sin musgo en los peñascos ni vegetación puramente acuática, el arco Carpanel del Canal del Gran Prior, mellizo de el de los Molinos de la Pólvora de Ruidera. Su sólida y esplendorosa traza arquitectónica tiene mucha sed… Está deshidratada… Bajo su arcada no se halla más signo de vida (a simple vista), que unos musguillos en el líquido elemento estancado, pólenes y hojas infusorias y más cuando el sol llueve brasa… Puente jalón de la posibilidad de corrientes, sirenas y oleajes.
Oteando hacia Villacentenos: “largas”, “regolfos” y azudes de varios kilómetros (depredados muchos), paralelos al cauce natural, por los que discurrían más de doscientos litros de agua por segundo, para empujar y mover los artificios de los batanes y molinos de “San Lorenzo”, “Santa Bárbara”, “El Tejado” y el impresionante batán de “Villacentenos”.
Canales que también regaban y regalaban panes y rocíos, a las familias de obradores que labraban “ceperedas”, (pequeñas islas entre el caz artificial y el curso natural) abonando la tierra con el “cospe” o fango de las acequias…
Villacentenos
Los obstinados exploradores, por fin avizorean Villacentenos: el silencio ha entrado hasta en el color de los mantos de florecillas, cuyos colores y aleteos (en este mes de mayo del dos mil diez y seis) usan de la extensión de la llanura, y del hálito de fenecimiento de una aldehuela, que hace entrega solemne de los entes fatales que se esconden entre su humilde y desmadejada arquitectura… Y de las tristezas, cuando la melancolía y la esperanza se unían a la magnitud del sacrificio, la fe y las supersticiones… Y la ruina se ponía terca, sin haber remedio que valiera contra ella…
No suenas flautas ni trompas de alerta; no se ven Caballeros en trotones de guerra protegiendo el castillo, ni centinelas acechando tras los merlones de las almenas, ni señores feudales, ni vasallos, ni arreboles de estandartes… Los celosos y cautelosos rastreadores, no son recibidos ni advertidos… Todo permanece sordamente, como en una emergencia sin prosecución; como una estrategia de la negación, repudiado por el ritmo del tiempo, que lo ha abatido como ninguna desolación guerrera… Aquel universo, apenas si produce algún efecto en los cerebros urbanos actuales…
El “Batán de Villacentenos”, bajo el fango del olvido, sigue batanando mugre de nuestras vidas en inaudible modulación… ¡Batán de Villacentenos!, sabemos que tu perennidad es imposible, como lo es la de nuestra vida, pero quien te daría agua en estos instantes, para que nuestras manos fueran bañadas… Un rayo de sol improgresivo, imprime un reflejo argentado en unos sillares desplazados… Y evoca el narrador que, “el secreto de todos los que hacen descubrimientos, es que no miran nada como imposible…” (G. Le Bon).
Hacia el norte el horizonte se alza… Allí Alcázar de San Juan, se asentó para que pocas cosas fueran inútiles y poder entrar así en un itinerario, en el que poder labrar alargado y fecundo surco, hasta conectar y sentir el latido de mundos distantes y deseados…
Segunda parte del estudio histórico titulado «De Ruidera a Alcázar de San Juan, rastreando el Canal del Gran Prior».
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