Resumen
A través de las respuestas al interrogatorio de 1575 contenidas en las Relaciones Topográficas de Felipe II se realiza una aproximación al medio natural que caracterizaba el entorno del sistema fluviolacustre de Ruidera. El periodo objeto de estudio –siglo XVI– corresponde a momentos iniciales de la Pequeña Edad del Hielo y se define, en el centro peninsular, por su rigurosidad climática con inviernos extremadamente fríos y veranos muy irregulares térmica y pluviométricamente. Además se sucedieron numerosas sequías pertinaces (reflejadas por ejemplo en la proliferación de plagas de langosta) acompañadas de periodos de lluvias intensas que anegaron vegas y arruinaron cultivos. Esta climatología adversa dio origen a numerosas calamidades que tienen su reflejo en la religiosidad popular narrada también en las respuestas de las Relaciones Topográficas.
Introducción
Las Lagunas de Ruidera conforman uno de los espacios fluviolacustres más importantes de Europa debido a su singularidad: las aguas de sus diferentes humedales están represadas mediante grandes barreras naturales de toba, edificadas por la precipitación de carbonatos efectuada por las aguas del Alto Guadiana (Ordóñez et al., 1986; González et al., 1987 y 2004 ó García del Cura et al., 1997a y 1997b).
Morfoestructuralmente se emplazan en el Campo de Montiel, gran altiplano constituido por roquedos mesozoicos y cuyas cimas (900-1100 m) se alzan de modo bien destacado sobre las planicies terciarias circundantes de La Mancha y de los Llanos de Albacete. Su armazón lito-estratigráfico asimila este altiplano a un gran acuífero libre y colgado con un acuitardo basal asociado a los materiales arcillosos del Trias (Montero, 2000) sobre el que se apoya un espeso techo constituido por roquedos carbonatados jurásicos. Su alimentación, controlada exclusivamente por las aguas de lluvia, motiva que la descarga de sus aguas subterráneas se efectúe por los bordes y por algunos valles siendo el más importante el del Alto Guadiana. Ello ha dado lugar a que, desde tiempos holocenos, se desarrollasen, además del sistema fluvio-lacustre de Ruidera, otros de menor entidad en las lagunas del Jabalón, del Jardín, del Cañamares, del Villanueva, etc. Sin embargo, y a excepción de la Laguna de Villaverde (también de origen tobáceo) y las de Ruidera, todos estos sistemas han visto totalmente transformados sus paisajes y perdida su funcionalidad (González y Rubio, 2000; Fidalgo, 2011).
Son muchos los autores que responsabilizan a los procesos antrópicos, más que a los de índole natural, como los principales motivos que han amenazado y hacen peligrar la continuidad futura de este tipo de
humedales. Para conocer las causas naturales y/o antrópicas así como las fechas de su desaparición es muy importante dominar la evolución histórica más reciente de sus paisajes. Conocidos con cierta precisión los acontecimientos y la situación del medio natural del Alto Guadiana, y en concreto, de las Lagunas de Ruidera durante los dos últimos siglos (Jiménez, 1994; Marín Magaz, 2007 y Marín Magaz et al., 2008; González et al., 2010) pretendemos ahora esbozar cómo era el escenario de su medio físico en el siglo XVI, en un periodo que coincide con el inicio de una pequeña crisis climática del Holoceno Terminal. Se trata de la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV- mediados del XIX), fluctuación que afectó a todo el planeta y caracterizada, entre otros rasgos, por un descenso térmico (Manley, 1974; Mann et al., 1998 y 1999). Su conocimiento sistemático se inició hacia los años 1970 (Lamb, 1977 y 1995) y cuyo estudio se apoyó en un amplio conjunto de evidencias recogidas en los países del oeste europeo y del Atlántico septentrional (Bradley, 1992). Desde entonces, múltiples ópticas científicas han abordado su estudio (Jones et al., 1992 y 2001).
Existe controversia a la hora de delimitar las fechas que dieron principio y término a esta crisis global en el continente europeo, pues muchos expertos restringen su duración a una fase álgida, peculiarizada por condiciones térmicas muy rigurosas que se manifestaron entre los últimos tiempos del siglo XVII y mediados del XIX. Otros ubican su comienzo alrededor del año 1300 y sus postrimerías hacia 1850. Tampoco existe total acuerdo acerca de los diferentes fenómenos climáticos vinculados a su presencia en los distintos ámbitos del planeta, incluso en las mismas regiones. Las causas que propiciaron la llegada de esta oscilación habrían actuado convergentemente y se localizaron fuera y dentro de nuestro planeta: por un lado, una acentuadísima disminución de la actividad de las manchas solares y por otro, la puesta en la alta atmósfera de una enorme cantidad de polvillo volcánico, producto de una excepcional actividad de numerosos edificios cratéricos en todos los continentes.
Sus repercusiones sobre el medio natural europeo, sus habitantes y los usos del suelo fueron notables y son bastante bien conocidas en numerosos países. Menor información se tiene de sus consecuencias sobre la Península Ibérica y, más concretamente, en los territorios de la Submeseta sur. En cualquier caso, la centuria que nos ocupa, el siglo XVI, se manifiestó en toda España como una etapa donde las características climáticas se extremaron térmica y pluviométricamente.
Térmicamente porque muchos inviernos se hicieron especialmente rigurosos y prolongados mientras que los veranos fueron extremos: muy cálidos o muy frescos. Buena prueba de la inclemencia invernal la aportan los episodios con congelación de las aguas en algunos ríos, como el Ebro que, en las proximidades de su desembocadura (Tortosa), coincidieron con los años 1503, 1506, 1573 ó 1590. Igual aconteció con los flujos del río Tajo, en Toledo, que se helaron durante los inviernos, y alguna primavera, en 1529, 1530, 1536, 1550 y 1565. Desde el punto de vista pluviométrico, durante todo el transcurso de la Pequeña Edad del Hielo, alternaron periodos plurianuales con pertinaces sequías y etapas con abundantes temporales que dejaron anegados los campos y/o empobrecieron las cosechas. No obstante, se han apuntado unas condiciones generales de cierta mayor humedad para un extenso sector de la Submeseta sur, y entre ellos los territorios manchegos (González, 2011 y González et al., en prensa).
Metodología y objetivos
El estudio de las manifestaciones de esta época ha implicado un proceso complejo donde ha sido necesario el uso combinado de fuentes documentales así como la identificación y cartografía de las evidenciasgeomorfológicas (estratigrafía de los materiales históricos que componen las vegas fluviales, examen de los sedimentos aluviales correlativos a fuertes crecidas en los últimos siglos, altura de la lámina de agua en los humedales, etc.) y edáficas (suelos higromorfos vinculados a pretéritos ámbitos encharcados, etc.), aún presentes en el paisaje [1]. Incluso, se han utilizado los datos obtenidos en unos pequeños sondeos (< 10 m) en el fondo de algunos humedales secos, realizadas por uno de los firmantes con otros expertos (Pedley et al., 1996) en la cabecera y en el tramo medio de las Lagunas de Ruidera.
Entre los muchos impactos que pueden paralizar el desarrollo de los sistemas fluvio-lacustres tobáceos, e incluso pasar a erosionarlos y destruirlos, se han citado como muy importantes (Vaudour, 1994, Goudie and Pentecost, 1993; González y Rubio, 2000): la modificación del volumen y calidad de las corrientes de agua, la presencia de sedimentos terrígenos, extraños al sistema tobáceo (generalmente procedentes de las laderas de los valles) y una elevada presión antrópica.
Estos tres aspectos perjudiciales pueden ser evaluados indirectamente en una fuente documental como son las “Relaciones Topográficas de los Pueblos de España”, cuyas respuestas al interrogatorio, ordenado por Felipe II, permiten abordar, como es bien conocido [2], la situación medioambiental de los territorios del centro peninsular durante el siglo XVI.
En efecto, en las Relaciones, abundan datos sobre la alteración de los flujos de agua y su aprovechamiento, vinculado entonces a molinos harineros y batanes, que ocasionaron notables repercusiones en el sistema fluvio-lacustre. Así se emplazaron con frecuencia sobre las barreras tobáceas, eliminaron los derrames naturales y los concentraron en unos caces destinados a suministrar la energía hidráulica a su maquinaria; en ocasiones, estos caces se trazaron con prolongada longitud para servir a distintos artilugios y, por tanto, sustrajeron importantes volúmenes de agua a los cauces; por último, destacar la puntual polución de grasas y productos químicos de la época [3] destinados al bataneo de las lanas que, sin duda, motivarían una local eliminación de las cubiertas algáceas, tan importantes en la precipitación de los carbonatos tobáceos (García del Cura et al., 2000).
Por su parte, la existencia o inexistencia de sedimentos detríticos puede ser inferida a partir de la descripción del estado de las cubiertas vegetales, responsables de la fitoestabilización de las laderas, muy amenazadas ya entonces por su elevado grado de deforestación. Finalmente, los datos de población pueden permitir evaluar el grado de presión del hombre sobre el medio aunque los indicadores paisajísticos sugieran una sobre explotación de algunos recursos.
En Ruidera, las Relaciones Topográficas de Felipe II ha sido una fuente documental profusamente utilizada desde hace algunas décadas en diversos estudios dedicados, especialmente, a la evolución históricogeográfica y/o al aprovechamiento de sus aguas: Planchuelo Portalés, 1944 y 1954; Corchado Soriano, 1971; Jiménez, 1994; Arroyo Ilera, 1998; Marín, 2007. Tampoco faltan algunas monografías locales que incorporaron sus datos con múltiples finalidades: demográficas, establecimiento de efemérides (Gómez Torrijos, 2000; Serrano de Menchén, 2003).
El presente trabajo tiene por objeto la reconstrucción de las características del medio físico en la zona de las Lagunas de Ruidera y, de modo marginal, de los de otras áreas limítrofes del Campo de Montiel, en base a las respuestas dadas por las distintas localidades emplazadas en este altiplano, con especial énfasis en la estimación del grado de evolución experimentado por el medio físico que circundaba sus humedales.
Primera parte de la publicación «Las Lagunas de Ruidera en los inicios de la Pequeña Edad del Hielo (siglo XVI)». Autores: Concepción Fidalgo Hijano y Juan Antonio González Martín.
Imagen de portada. El heredamiento de Ruidera en el mapa del Campo de Montiel. Respuestas de Villanueva de los Infantes de las Relaciones Topográficas, Biblioteca Real de El Escorial, ms. J.I. 14, F.344, 1575.
[1] Nuestro equipo de investigación está llevando a cabo un estudio sobre la PEH en el territorio de Castilla-La Mancha a partir de evidencias directas e indirectas.
[2] Las Respuestas a las Relaciones Topográficas de Felipe II han sido profusamente utilizadas por historiadores, sociólogos o geógrafos con diversos objetivos.
[3] Este tipo de polución data de antiguo en algunas localidades próximas como Alcaraz. Así lo atestigua la existencia de un expediente localizado en el Archivo de Alcaraz, de agosto de 1379 y que lleva por título “Carta de la Reina Dª Juana al Concejo de Alcaraz en la Orden de que se construyan balsas en las tintorerías para que usen las aguas de estas y no contaminen las del río” (Fidalgo, 2011).
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