Orígenes santiaguistas del heredamiento de Ruidera

La Orden de Santiago recibió el 12 de julio de 1216, el lugar de la Algecira de Guadiana con sus términos y pertenencias, gracias a un privilegio concedido por Enrique I al maestre de la Orden, García González, lo que no hacía sino reconocer una situación de dominio ya afianzada, pues el conde Álvaro y otros testigos habían reconocido el control que ejercía la Orden sobre esas tierras desde hacía más de treinta años, aunque no era totalmente efectivo por la proximidad del enclave musulmán de Montiel [1].

El heredamiento de Ruidera incluyó la laguna del Rey, la parte inferior de la Larga o Colgada, la Cueva Morenilla y parte de la Coladilla. Ese mismo año, Suero Téllez recibía otra heredad con el nombre de Ossa de Montiel, a la cual estaban adscritas el resto de lagunas, hasta Sant Felices y la primera Algecira.

El deseo de la Orden de Santiago de controlar la totalidad del conjunto lagunar, hizo que en 1259 el maestre Pelay Pérez entrase en negociaciones con el hijo de Suero Téllez, alcanzado un acuerdo de permuta, por el que la Orden conseguía la heredad de Ossa, a cambio de la población de Dos Barrios [2]. Sin embargo, el maestre unió este territorio a la encomienda de Montiel, de la que se convertirá en aldea, con lo cual seguirá un camino distinto a la heredad de Ruidera.

Compuerta Real de Ruidera

El heredamiento de Ruidera en el siglo XV

Ruidera en los primeros años del siglo XV era una heredad apenas poblada, pero dotada de una gran riqueza, que emanaba de las lagunas que tenía en su entorno, las cuales proporcionaban una abundante pesca, la instalación de molinos y batanes, y la proliferación de las huertas.

Ruidera estaba situada en el término y jurisdicción de Alhambra, pero sus rentas pasaron a depender directamente de la Mesa Maestral de la Orden de Santiago, aunque en ocasiones fue entregada a nobles que habían prestado importantes servicios a la Corona.

En 1421 la poseía Alfonso Fernández de Ocaña, entregándola con posterioridad el infante don Enrique, cuando ejercía de maestre de la Orden de Santiago, al hijo del marqués de Santillana, Lorenzo Suárez de Figueroa, primer vizconde de Torija y conde de La Coruña. Más tarde Juan II se la cambió por la encomienda de Azuaga, para poder dársela a Gabriel Manrique, conde de Osorno, el cual se la arrendó a Álvar Díaz Tapias y a su sobrino Rui Díaz, vecinos de Membrilla, los cuales la administraban en 1478, estando en vigor el contrato de arrendamiento durante cinco años, hasta finales de 1483, pagando cada año al conde de Osorno una cifra curiosa: 33.333 maravedíes [3].

Con posterioridad, el conde se la cambio al comendador de Villoria, Pedro de Lisón, por su propia encomienda. Finalmente acabó volviendo a la Mesa Maestral, en tiempos de los Reyes Católicos, algo que no se había olvidado a lo largo del tiempo, pues siempre se indicaba que “solía ser de la mesa maestral”, aunque en algunos momentos perteneciera a diversos nobles.

Heredamiento de Ruidera en 1782
Heredamiento de Ruidera [a]

Rentas

En 1468 sus rentas sumaban la nada despreciable cifra de 60.000 maravedíes, y si hemos visto cómo su arrendamiento apenas superaba los treinta mil maravedíes, su gestión suponía a los administradores unos ingresos destacables. Las ganancias de la heredad procedían de diversas fuentes, aunque prácticamente la totalidad de ellas derivaban de las lagunas.

Los ingresos se obtenían de cuatro molinos, dos batanes, dos tiradores de paños, la pesca de las lagunas, una huerta con numerosos árboles frutales, y el pontazgo o derecho de paso del ganado por uno de sus puentes.

En 1480, los ingresos ascendieron hasta los cien mil maravedíes anuales, mientras que catorce años después el aumento fue verdaderamente espectacular, llegando hasta los 250.000 [4].

Construcciones y edificios

Aunque el heredamiento de Ruidera no se podía considerar como una aldea o población, pues no contaba con casas y una población estable, sí estaba dotada de varios edificios, en los que habitaban aquellas personas que se encargaban del funcionamiento de las distintas labores, de las que se obtenían los ingresos del heredamiento.

Heredamiento de Ruidera en la actualidad
Ruidera

Espacios civiles y económicos

La edificación principal era el cortijo, que tenía unas funciones similares a las casas de encomienda o bastimento, en la que vivían las personas encargadas del funcionamiento de los servicios, y del almacenamiento de los bienes obtenidos.

Los molinos y los batanes eran otros de los edificios ligados a la actividad productiva, en los que se obtenía la harina necesaria para la elaboración del pan, o se preparaban las telas para su manufacturación, aprovechando las aguas de las lagunas. El hecho de que los ríos del Campo de Montiel no tuvieran cauces regulares, sobre todo en el período estival, favorecía la producción de los molinos de las lagunas, que tenían asegurado su funcionamiento durante todo el año, gracias al aporte continuo de estas.

En cuanto a la industria textil no se limitaba al bataneo de las lanas, sino que se realizaban otros procesos textiles, como el tirado y el tintado de las telas. Respecto a las actividades primarias, al contrario que en el resto de la Mancha, donde predominaba la agricultura de secano, con cereales y viñas, junto a la ganadería; en Ruidera, las principales fuentes de ingresos eran la pesca y una huerta con frutales y parras.

Espacios religiosos

Las necesidades espirituales de las personas que trabajaban en el heredamiento, se atendían en la ermita de Nuestra Señora la Blanca, y si bien su tamaño era modesto, se procuró que estuviera en buenas condiciones, aunque no siempre se consiguió.

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Primera parte del artículo «El Heredamiento de Ruidera en el paso del medievo a la modernidad» de Concepción Moya García y Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil.


Imagen de portada. Cruz de la Orden de Santiago.
[a] Dibujo del Heredamiento de Ruidera de Juan de Villanueva, BN. DIB/18/1/447. Entre 1780 y 1790.
[1] AHN. OM. Santiago. Carpeta 214, docum. 3 y 4.
[2] AHN. OM. Santiago. Carpeta 214, documentos 14 y 15.
[3] AHN. OM. Santiago. Libro 1063C, visita de 1478, p. 215.
[4] PORRAS ARBOLEDAS, P. A.: La Orden de Santiago en el siglo XV. Editorial Dykinson. Madrid, 1997,  pp. 252 y 416.