Se comadreaba, un tanto a “las callandas” que, una “brujera”; “echaora de buenas y malas venturas y deciora de oración del mal de ojo y adivinaora”; vaticinó una tarde lóbrega, al ver volar oscuras aves, como en agorera pasada; como salidas de las simas de los cielos, que “el rodal era de luces frías…”.

Casas del arroz

Ripoll, para estar cerca de los arrozales, porque no se fiaba de ciertas “pinturas” celestes de los meses de abril y mayo, cuyos “chafarrinones” heladores tantos hortales habían rematado, en la Cuenca, se aloja en una casuca; (especie de chiscón, que olía a ova y a arroz),  de doña Pepa, inmediata a la aldehuela de “San Pedro”.

Allí acondiciona vivero y también en “El Osero”, hasta que las plántulas alcanzan unos veinte centímetros, para ser trasplantadas… El “Señor Ripoll”, aparte de que los indígenas le macearan: “en marzo pega el sol como un pelmazo, al abrigo que no al raso” y en abril quemó la vieja el celemín, le tenía pánico a lo que pudieran traer las madrugadas y las rachas siberianas arreciendo las umbrías de los vallejos;  entumeciendo hasta el pensamiento… Las vegas transformadas, de la noche a la mañana, parecen de otra manera y los arrozales no pintan mal…

Labradores y hortelanos se asombran al ver crecer aquel cereal en los encharcados cenagales del Alto Guadiana…

El “Ripoll”, al que alguien llama “Caballero de Otro Tiempo, que le encanta la caza de pájarus neciuos=codorniz y pájarus listus=perdiz, emplea cuadrillas de jornaleros, principalmente mujeres de Ossa de Montiel, para sembrar y escardar el arrozal…

Las cuentas del arroz

Las campesinas le solían alertar con los manidos refranes: “hasta el treinta de mayo, no te quites el sayo, y hasta verlo en la era, llámale hierba…”. A “Ripoll” no se le mira con malos ojos; aunque en el lugar, no eran pocos los valencianos a los que se les tenía por arrogantes; arrogancia que solían disimular ante la conveniencia del trato y contrato interesados, de los cuales, con frecuencia, solían echarse atrás cuando no había sonido dulce de pesetas o duros, en su beneficio…

Él hacía sus muchas cuentas y las más entusiastas y desmedidas, eran las de su ambicioso proyecto y audacia. Permanecía junto a las plantaciones, siempre ojo avizor, porque eran tiempos de hambrunas y todas las precauciones eran pocas… Eran tiempos de poca virtud… Substracciones cuantiosas ninguna; “algunos manojos de arroz tierno”, para calmar diarreas e irritaciones intestinales de criaturas entecas; aunque en los hogares de estos vecindarios, el arroz se consumía a diario: “arroz con habichuelas”, “arroz con patatas”, “arroz con garbanzos” y “arroz con conejo”.

A “Ripoll” le preocupaba lo que pudiera traer el río y también las “gravedades” del cielo, “porque era peligrosa la techumbre de las estrellas, cuando el aire se echaba”… Las noches despejadas, la luna clara, ancha y fría, se desenredaba de los ramajes, allá arriba en las cumbres… ¿Helará esta madrugada?- Se preguntaba el “Señor Ripoll». Cielos quietos de abril, le hacen sospechar de los “negros negocios”, del lacerante, “estomagante”, “hambrón” y con muchas costras, clima de La Mancha…

No se fía del palio de los cielos, pero siembra una y otra vez de temprano… Creyente, y que era, y por tanto creía que su dios disponía de la suerte de todas y cada una de las cosas… Las cosechas, poco a poco, empeoran… A veces se le veía silencioso, quieto y cabizbajo, contemplando los tajones de arroz, “pobretones” vallejos, y distraía la nostalgia, buscando designios maravillosos en los heraldos celestes…

Una de las casas del arroz de las Lagunas de Ruidera
La casa del arroz

Una amanecida de mayo, los arrozales aparecieron como atrapados en una cápsula de hielo… Unos córvidos ondulaban lanzando graznidos carniceros, buscando pitanza en barbecheras próximas a un aprisco… Era un mayo “avisador” de heladas que “quemaron” varias tajoneras de hortalizas y de arroz; continuando las malas rachas. La cosecha de 1950, ya bastante “pobretona” y que fue una de las últimas “siegas” de “Ripoll”; coincidiendo con la llegada de otro “arrocero” valenciano, Antonio Mulá Ungé , del que poco se sabe…, y con un fatal y luctuoso suceso ocurrido en la laguna “La Sampedra”…:

Un cuerpo flotando en la Sampedra

Mediado el mes de junio de aquel año, un jovenzuelo de Ossa de Montiel, Antonio Oliver, avecindado, junto con su familia, en el caserío de “San Pedro”, se encaramó en un barquichuelo de los pescadores de trasmallo de la zona; adentrándose en la laguna y se puso a pescar con una cañuela preparada por él. Siendo mucha la tardanza en regresar al cortijo y mayor la preocupación de los familiares, ya que el joven, de veinte años de edad, padecía accesos epilépticos; iniciaron la búsqueda, pero solo hallaron la barquilla con algunas prendas de su indumentaria.

Suposiciones martirizantes, mirando a los cielos e invocando a las divinidades… Voces y griteríos, retumbaban como truenos en farallones y risquerales del ámbito, nombrando a la criatura…

Un mes más tarde, el día diez y siete de Julio, de buena mañana, (gracias a don Rafael Mora, por los datos registrales y a familiares del joven fallecido) se difundía por el ámbito, el fatal desenlace; al hallar el cuerpo flotando en la parte baja de la laguna “La Sampedra”. Algún que otro lugareño-memoria, no echaron en el olvido que: “junto con pastores, gañanes, guardas, centralistas, esparteros, leñadores, familiares y gente de Ossa de Montiel y “San Pedro”, llegaban mujeres escardaoras y segaoras de de los arroces del “Señor Ripoll”… Unas murmuraban santiguándose y otras hincadas de hinojos desgranaban súplicas y sollozos…”. Sin faltar reniegos contra todo lo divino y humano.

El adiós de Ripoll

Una gélida mañana, cuando el sol se alzó y calentó la tierra y por ende las plantas, “Ripoll” comprobó que pocas cañas de arroz quedaban sin “chamuscar”, por la helada. Entonces empezó a darle vueltas a la decisión de abandonarlo todo y marcharse, aunque arruinado, a Valencia… Siente como se le agarra un frío pasmoso en todo el cuerpo… Se queja suavemente… El corazón se le encoge de angustia, al ver los arrozales congelados por vidriosa cencellada…

Lo da todo por perdido, por los zarpazos de un ambiente, en absoluto imaginado, pero que formaba parte de los dictados de la Naturaleza.

Cada hora que pasa, “Ripoll” siente dentro de sí con más fuerza que ha fracasado, que tiene los días contados en la Cuenca del Alto Guadiana. Contempla sus campos, como si un bárbaro invasor los hubiera arrasado… Se da media vuelta, dando la espalda al apocalíptico panorama… Incapaz de soportar la penosa visión, parte para Valencia…

Desde un altozano, extiende la mirada hacia el valle y se ve allí, en los márgenes del río, manejando aperos, levantando y volteando piedras e hincando macollas de arroz en los cenagales. Le suena la música del croar de las ranas, del canto de las calandrias, mirlos, verderones…; metiendo jaleo en los carrizales y ramazones de olmedas y sargales.

A lo lejos una bandada de aves peregrinas, se mecen, en ruta, camino de otras latitudes… Una fría luz envuelve la ribera y flamea los horizontes de los mundos… En estos días de dolores y vaivenes de la vida humana; cuando la ley dinámica de la colectividad se quiebra, se desdobla nuestro universo interior; transfiriendo con aspiración de conciencia, hacia lo observable, de la irracionalidad; la abnegación, la malignidad y lo justo e injusto de la especie humana…

“La pobre libertad que los otros hombres nos dan o nos quitan, apenas representa nada, al lado de la cadena del destino heredado, que nace enroscada en nuestra alma y que la vida apenas puede aflojar…”.

marañón

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Segunda parte del estudio histórico titulado «Las antiguas casas del arroz o de Ripoll en la cuenca del Alto Guadiana, junto a las lagunas La Conceja y La Sampedra».