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Las reformas a finales del siglo XVII
Una vez condenado el comendador, se harán las tasaciones de las cantidades necesarias para dotar a la iglesia de los ornamentos y realizar las reparaciones que evitaran su ruina, pregonándose en todas las villas cercanas. En primer lugar, se encargó al maestro de carpintería Diego de Mora y al escultor Beltrán de Rodenas, que hicieran una cruz con su cajón de madera por 1.259 reales, un confesionario por 120, un palio por 60, una alacena para los cálices y unas andas para Santa María Magdalena, que debían tener dos varas y media de alto, vara y tercia de ancho y estar toda ella hecha de madera de pino, dotada de columnas salomónicas pintadas y una cubierta de casquete, por 2.000 reales. También se arregló una custodia, por 240 reales.
Ornamentos
El precio de los ornamentos ascendió a 14.121 reales, ordenando D. Alonso de Aguilar que se vendieran los frutos embargados y los que fuera produciendo la encomienda, para ir pagando su compra. Pero la difícil situación de esos años dificultará que se puedan cobrar con rapidez. En 1696 serán 3.000 los reales entregados y otros 4.000 en los dos años siguientes, pero en 1699 no se entregará nada. Como la situación era crítica, se redujo la cifra para la adquisición de los ornamentos a 8.000 reales, quedando la cuenta liquidada en el año 1700. Las compras fueron las siguientes: un frontal de altar de damasco blanco; cinco ternos completos, uno blanco y cuatro de damasco de colores para las distintas liturgias: negro (difuntos), verde (tiempo ordinario), morado (tiempos de espera) y encarnado (fiestas de mártires y apóstoles), así como distinta ropa blanca (albas, amitos, toallas, sobrepellices, corporales y ángulos).
Libros
En cuanto a los libros se compró un misal, un manual toledano, un breviario para el coro, un diurno para las procesiones, un libro de semana santa, otro para el inventario y un pliego de palabras para la consagración; mientras que de plata se compró un platillo de dos onzas para las vinajeras y un espejo para la sacristía, más seis candeleros y 4 casullas de filipichín.
Tasación de las obras en 1700
Una vez pagados los ornamentos, se procedió a tasar las obras de la iglesia. El 15 de mayo de 1700, el maestro de obras Nicolás García reconoció el cuarto que servía de sacristía, el enmaderado, las esquinas, los cimientos, la tribuna, el púlpito, el osario y todo lo demás que viese maltratado. La visita dio como resultado, que era necesario reedificar la sacristía de nuevo en la parte del mediodía, con un coste de 9.080 reales, mientras que las reparaciones en el osario ascendían a 5.732 reales, aunque lo más costoso fue el presupuesto del cuerpo de la iglesia, con una remodelación tan amplia que prácticamente era hacer una iglesia nueva, alcanzando un valor total de 57.888 reales, de los que 11.998 eran para la formación de una bóveda de la que carecía.
La cifra total de 72.700 reales era una cantidad desorbitante, y aunque en julio de 1700, se indica que aunque excesiva era proporcionada, finalmente, ante la realidad que suponía el hecho de que se habían necesitado cinco años para recaudar los 8.000 reales para los ornamentos y que el valor anual de la encomienda apenas superaba los 3.000 reales, contando la iglesia con 2.380 reales de caudal, habiéndose gastado 1.354 durante el tiempo que la comisión del Cardenal Cardona había estado en la zona, y con el grave conflicto que se avecinaba por la sucesión dinástica de Carlos II; hizo que se tomara la medida más razonable: se calculó el valor líquido de la encomienda en 5.932 reales y el de los diezmos de la casa de Juan Muñoz Galiano en otros 2.200, y se ordenó que no se vendiera ninguno de los frutos de la encomienda, mandando nuevos peritos para hacer un presupuesto más ajustado, siendo los elegidos Alonso García Bonillo y Blas Martín Mena.
Las obras que se hicieron fueron: la reparación de la tarima del altar mayor, dejándolo con tres gradas; echar un suelo en toda la iglesia, con un coste de 395 reales en materiales y 120 de mano de obra; enlucir de yeso pardo desde el arco toral, por el lado del púlpito, hasta el altar, al estar todo comido por las humedades (555 reales), enlucir la pared de la umbría por dentro, hacer un púlpito nuevo de yeso ochavado con sus cuadros amoldados y su columna con basa y capitel de la orden toscana, arreglar la escalera del coro (260 reales), poner una columna en la zona del coro por estar “amenazada” (230 reales), hacer un testigo de madera para la puerta del sol del mediodía (200 reales) y blanquear las reparaciones (70 reales). En las obras de la sacristía se utilizaron 24 tirantes para reparar el techo (126 reales), varias bovedillas y 34 fanegas de yeso (68 reales), así como la reposición del postigo de madera con un gasto total de 568 reales, mientras que se necesitaron veinte varas para reparar los estribos que tenía la iglesia por la parte de fuera y reparar la puerta mayor de cantería (380 reales). Otras reformas fueron: aderezar el coro (150 reales), reparar el órgano (300 reales), hacer en el campanario un postigo con entrada de caracol, con un ancho de una vara de luz y dos de alto, construir un corredorcillo para librar la escalera de la torre, con el objeto de tocar las campanas, haciendo el suelo del corredor de ladrillo sentado en cal. Finalmente, se pusieron tres vidrieras en las tres traviesas, dos de la iglesia y una de la sacristía.
El coste total de las obras ascendió a la razonable cifra de 5.408 reales, lo que permitió que se realizaran con rapidez y sin modificar la estructura del edificio, como estaba previsto en un principio (35).
La iglesia en la primera mitad del siglo XVIII
En las cuentas tomadas en 1706, correspondientes a los últimos cinco años, los ingresos suman un total de 4.505 reales, de los que 2.238 procedían del dezmero excusado, que disminuirá de forma considerable desde los 732 de 1702 hasta los 269 de 1706, mientras que los gastos ascienden a 9.106 reales, de los que 2.780 son por el pago del salario al sacristán Manuel de Albina, que había subido de 400 reales anuales a 550, por su exceso de trabajo, a los que había que sumar los gastos de funcionamiento de la parroquia: hostias y lavar la ropa (254 reales), óleos (111), vino (186), aceite (754), cera (882), incienso (24) y leña (10). Los gastos para las fiestas de Nuestra Señora de la Magdalena supusieron otros 394, de los que 44 fueron para pólvora. El resto, se utilizará para mantener la iglesia bien reparada, gastando 200 reales en pintar el púlpito y 330 que se dieron a Thomas de Mora por pintar la capilla del bautismo, columna y pila, en la que se hicieron unas alacenas para los archivos por otros 105 reales. En el arreglo del retablo se gastaron 250 reales, obra realizada por el escultor Joseph Mollar, el cual también hizo un marco al altar mayor por 370. Asimismo, se pintó el palio, estandarte y la cruz por 54 reales.
Con la guerra de Sucesión ya comenzada, surgirán nuevos gastos debiendo emplear 207 reales y medio, en socorrer a los vecinos que habían llegado a la villa con diferentes heridas, a los que debían mantener al ser soldados que fueron heridos “por haber servido al rey Felipe V”.
La situación empeoró en los años siguientes, al no poder cobrarse el excusado en 1707 y 1708 por la situación de guerra que se vivía, lo que motivó que se tuvieran que hacer diligencias judiciales para su cobro. En las cuentas tomadas en 1715, hubo un déficit de 1.268 reales, a los que se unirán otros 810 que se produjeron entre el 1 de enero de 1716 y junio de 1717. Para suplir esta falta de dinero se recurrió a los fondos de la ermita de San Pedro, que tenía una saneada economía, con varios capitales de censo que le proporcionaban unas importantes rentas con unos gastos reducidos, pero en realidad, lo que se estaba haciendo era retrasar un problema lastrando la economía de San Pedro.
En noviembre de 1717, se complicó la situación al encontrarse el cura Juan de Vitoria diez meses en cama, por padecer una penosa enfermedad, teniendo un teniente de cura forastero, por no haber en el pueblo más sacerdote que él, siendo el beneficio tan corto que no llegaba a los cien ducados, pues se componía de 700 reales de ayuda de costa y el ingreso de los parroquianos, que en estos años no sobrepasaban los cincuenta vecinos. Todo ello hizo que no se pudieran cubrir los gastos de alimentación, curación del párroco y salario del teniente, con el agravante de que la ayuda de costa estaba suspendida desde hacía cuatro años por un pleito entre los curas de Montiel y la villa, no pudiendo contratar un sacristán, por lo que sus funciones las realizaba un vecino, y la iglesia se encontraba en una situación de extrema pobreza (36).
En 1719 había un nuevo cura en la villa, Thomas Mexía, que desechó la ropa que se encontraba en mal estado, siendo aprovechada por algunos vecinos, mientras otros arreglaron la que se encontraba mejor. Su estancia fue corta, al ser sustituido en 1722 por Francisco Garbí Alarcón, el cual ante la cortedad del beneficio curado, con un salario de dos reales diarios, se quejó de la carencia de medios para mantenerse, por lo que en agosto de ese año, se acuerda que el depositario de las limosnas de las ánimas, que tenía una cantidad de dinero sobrante, socorra al religioso, y éste a cuenta celebre misas cantadas los viernes, además de la regular de los lunes por las almas de las benditas ánimas del purgatorio, distribuyendo en sufragios las limosnas que a partir de ese momento sean entregadas por los devotos.
La elección del mayordomo de la iglesia era un privilegio que le correspondía al Ayuntamiento, el cual lo nombraba a comienzos del año, junto al resto de cargos municipales, aunque solía tener en consideración que el escogido fuera una persona ligada a la iglesia, y un claro ejemplo de ello es que en 1724 y 1725, la elección recaerá en el teniente de cura de la parroquia, Francisco Sánchez Nieto (37).
En 1750, se encuentra al frente de la iglesia Juan Benítez Caballero que había sustituido el año anterior a Gerardo Suárez. En ese momento la situación económica se había estabilizado, aumentado la población a 134 vecinos que habitaban en 86 casas (38).
La iglesia posee una casa en la calle Cabellos, con un frente de 15 varas y un fondo de 26, que es arrendada por 110 reales; y 21 trozos de tierra de segunda calidad, con un total de 285 fanegas y 5 celemines, de las cuales 9 se encuentran a un cuarto de legua de la villa (7 en los Cotos, 1 en el Cerro de la Trinidad y otra en la Serrezuela), 10 entre media legua y tres cuartos (4 en la dehesa del Espinillo, 1 en el cerro de Calera, 1 en el sitio de Borbotón, 1 en la Cañada del Juncar, 1 en el sitio del Robredo, 1 en el Cerro Quejigal y otra en la dehesa de Hoyo Redondo) y sólo una se encuentra a una legua, en la Cañada de la Manga. Estas tierras son de gran tamaño, superando nueve de ellas las diez fanegas. Además, posee otras 7 parcelas de tercera calidad, que suman un total de 80 fanegas y media, situadas a media legua de la villa, cuatro de ellas en la dehesa de Hoyo Redondo, dos en el sitio de Valdido y una en las Mesas. Dichas tierras eran arrendadas en mancomunidad por Alfonso Ayuso, Juan del Charco Mayor y José Garrido, vecinos de la Ossa, pagando un arrendamiento anual de 30 fanegas de trigo.
A los ingresos de las casas y terrenos, se sumaban los obtenidos por la casa excusado, que se pagaban en especie (trigo, cebada, centeno, corderos, lana, miel y cera), y suponían un total de 714 reales al año, aproximadamente; los obtenidos por los capillos, que eran de dos reales por cada uno, si la media de bautizos era de veinticinco anuales, ello hacía un total de 50 reales; por último estaban los rompimientos de sepulturas, que suponían de media en el último quinquenio 132 reales, por doce adultos a 8 cada uno y 18 niños a 2.
Los gastos eran: el pago del salario del sacristán, que incluía lavar la ropa (409 reales) junto a media fanega de trigo para hacer las hostias; las vísperas, procesión y misa con ofrenda en honor de la patrona (15 reales); el monumento de la Semana Santa (30 reales); óleos y crisma (12 reales); seis arrobas de aceite anuales (150 reales); 30 libras de cera (225 reales); seis arrobas de vino (42 reales); el solado de sepulturas (10 reales); sogas y escobas (10 reales); mientras que entre los gastos administrativos estaban las veredas que venían del Juzgado eclesiástico de Infantes (15 reales), de la toma de cuentas (20 reales) y de los gastos de audiencia y visita (150).
El beneficio curado tenía tres casas, una en la callejuela que salía del camino de Villahermosa, alquilada por dos ducados, otra en la calle del Rollo, arrendada por el mismo precio, y finalmente, otra en la calle Empedrada, por la que obtenían 3 ducados. Los bienes raíces ascendían a 11 pedazos de tierra de primera calidad, con un total de 10 fanegas, 11 celemines y un cuartillo; 18 de segunda con 31 fanegas y dos celemines, y de tercera calidad eran 6 trozos con 23 fanegas, a los que se sumaba una casa de campo para el servicio de labor, llamada de San Pedro que estaba junto a la laguna del mismo nombre; y por último, una era empedrada. Las tierras del beneficio eran de mejor calidad y menor tamaño, estaban situadas en las proximidades de la villa a unos 100 o 200 pasos, y procedían de donaciones; el resto, provenía de la ermita de San Pedro, estando situadas a una legua de la villa, utilizando la casa de campo como estancia para aquellos que cultivaban estas tierras. La casa de campo, la era y las tierras eran arrendadas a Juan de Vitoria Bronchalo, alcalde ordinario de la villa, que pagaba 21 fanegas de trigo en especie, de las cuales sólo dos y media correspondían al diezmo de las tierras, mientras que la pesca de la laguna de San Pedro, que se llevaba a cabo entre los meses de marzo y junio, lo era a Juan del Charco Menor y Andrés Bascuñana, por 150 reales, contando además con tres censos de capital, que rentaban un total de 95 reales.
El beneficio curado obtenía otros 731 reales que le pagaba la encomienda como ayuda de costa, a los que se sumaban los derechos de procesiones, cofradías, matrimonios, bautismos y entierros, lo que hacía ascender la cantidad obtenida hasta los 1.149 reales, siendo la mayoría de ellos como pago para el cura de la villa, pues las cargas se limitaban a algunas misas que debían decir por las almas de los bienhechores de la Orden de Santiago (30 a dos reales cada una) y de algunos de los donantes de las casas y terrenos. En estos momentos, se observan unos años de expansión económica por la llegada de la nueva dinastía de los Borbones, que repercutió de forma directa en los bienes de la iglesia, contando con una importante cantidad de tierras, de un tamaño considerable, frente a las pequeñas parcelas que posee el beneficio curado, aunque éstas últimas sean de mejor calidad, y como dato curioso podemos indicar que la imagen de María Santísima de la Concepción, que se hallaba en la iglesia, poseía dos parcelas, una de primera calidad de celemín y medio, en la redonda de la villa y otra de segunda calidad de 4 fanegas y 10 celemines y medio, situada en los Cotos, que rentaban 30 reales anuales (39).
Quinta parte del estudio histórico titulado «Estudio histórico-artístico de la iglesia de Santa María Magdalena de Ossa de Montiel» realizado por Concepción Moya García y Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil.
(35) AHN. OOMM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 63.934.
(36) AHN. OOMM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 63.934.
(37) AHPA. OOMM. Caja 25. Ossa de Montiel. Decretos de la villa.
(38) AHPA. Catastro de Ensenada. Libro 149. Ossa de Montiel. Respuestas generales.
(39) AHPA. Catastro de Ensenada. Caja 151. Ossa de Montiel. Personal y real, estado eclesiástico.
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