“Muchas veces -continuaba “Noel” – aquella suave y deleitosa noche volví los ojos a la espesura. ¡Oh si hubiera salido de ella Don Quijote! Hermano -digo a uno de los carboneros con el trato que es uso entre manchegos viejos-, no me extrañaría que apareciera don Quijote. Y el buen hermano, manchego si los hay -es de Miguel Esteban-, me contesta si le estoy hablando de algún amigo que dejé en Ruidera…”.

Patrimonio forestal

En los años treinta y ya terminada la guerra civil, el Patrimonio forestal, principalmente el encinar, se encontraba muy menguado… Si bien, a partir del año 1939, comenzaría una repoblación, que alcanzaría los dos millones de hectáreas en los años setenta. En unas cuantas vastas heredades de la Cuenca del Alto Guadiana, en aquellos tiempos de la posguerra, aún pervivían “buenas manchas” de encinares, coscojales y romerales en los montes más inaccesibles, de dueños más acreditados.

Los propietarios de las fincas, mermada la fluidez monetaria de sus arcas, concertaron la tala y arranque de casi toda la flora, con varios contratistas foráneos de más solvencia: uno llamado Francisco, apodado “Tarín”, de origen valenciano y otro procedente de Urda (Toledo). Entonces se arrasó con gran parte de espesura del monte, fuera de la especie que fuera; pese a que ya operaba, en labores de vigilancia y denuncia (en los predios propiedad de influyentes, en teoría) el ya dicho Cuerpo de Guardería del Estado, creado en 1907. Con la ley de marzo de 1941, el Patrimonio Forestal del Estado, gozaba de plena personalidad jurídica; correspondiéndole la vigilancia y administración de los bienes y derechos forestales del Estado.

Y en territorios privados; donde la guardería, en su cometido de custodia, solía hacerse el longui, mediante convenio… En los feudos con el encinar parcialmente talado y carboneado, décadas antes, y en los relieves más agrestes; en los espinazos de los cerros, cumbres y faldas de riscales, donde más trabajosa era la tala y acarreo de la leña hasta el rodal donde se “armaba” la carbonera, carboneaban los carboneros más pobres, de El Bonillo, Tomelloso y otras poblaciones comarcanas…

Dibujo de una carbonera tradicional
Montaje de una carbonera tradicional (1)

Los últimos carboneros del Alto Guadiana

Así, el «Hermano Fermín”, natural de Tomelloso y el “Hermano Borrascas”, carbonearon en parte de las fincas “El Allozo”, “Coto de Ruidera”, “Navazos”, “El Sotillo”, “Cuevalosa”, “La Magdalena” y “Despeñaperros”; «Diente Fino”, de Carrizosa, en “Tercero”, cerca de las “Casas de Parra”; el «Hermano Carraco”, originario de El Bonillo y avecindado en Ruidera, carboneó en “Los Llanillos del Cantón”, a partir de la renombrada “Cañada Retamosa”, en “Las Hazadillas”, “Cañada de la Manga” y “El Madero. Y el «Hermano Negro”, de Carrizosa, arrasó con los romerales de varios cotos, en los que más, en “Cinco Navajos” y parte de “Las Hazadillas”; hoy propiedad del Estado.

Entonces, en “Las Hazadillas”, había un “muletero” de Ossa de Montiel, al que llamaban «Cagarriche”, que alcanzó gran renombre en la comarca y también su “muletá”, envidia de leñadores y carboneros, que solo llevaban consigo alguna acémila y garañón entecos… Aquél estaba de criado con la dueña del feudo; dedicándose a la crianza de mulos borricos y caballos, para la propietaria del latifundio, la mujer más rica de estos contornos: “Doña Enriqueta Sánchez Mulleras”. La cresa “Doña Enriqueta”, cuando reunía a los criados, tenían por costumbre obsequiarlos con algún presente “exótico”, pero antes les ponía en pico: “tenéis que contármelo todo y si no tenéis nada que decirme, contarme cosas aunque sean mentira…”.

El «Hermano Romualdo”, uno de los últimos carboneros de la zona, vecino de Ruidera, quemó varias carboneras en “El Pedrosillo”, “La Moraleja” y “Caoba”.

Los carboneros llevaban consigo, junto con el aprovisionamiento para el “aguante” de una quincena, todo un arsenal de adminículos y herramientas: destral, azadón, hacha, hocino, azada, horquillo, rastrillos, ganchos, maza, escalera, parihuela, pala, criba, y demás almocrafes… Los carboneros eran trabajadores temporeros, la mayoría “por su cuenta”, de distintas procedencias: de Tomelloso, El Bonillo, Villarrobledo, Miguel Esteban y hasta aragoneses…

Carboneros del Alto Guadiana en plena faena
Carboneros en plena faena

Fue famosa una familia de Mazarambróz (Toledo), que habitaron varias temporadas, en las pequeñas cavidades de toba, de las terrazas fluviales de la laguna “La Lengua”. La época del año durante la cual preparaban el carbón de encina, era la comprendida entre los meses de abril y octubre; aunque había cuadrillas que también “quemaban” en invierno. Se agrupaban en clanes y, como en la Cuenca del Alto Guadiana no había encinares de terrenos baldíos, comunales ni civiles, casi pordioseaban, “con el hato a cuestas”, buscando “buen monte” de particulares… Previo ajuste, se repartían los “chaparrales” por lotes, entre las diferentes etnias; siendo frecuentes los rifirrafes…,(las comunidades competidoras, zalameras en apariencia, pero carentes de identidad, suelen ser desleales entre si) y el dueño del feudo les cobraba por arroba de chaparro talado o por arroba de carbón elaborado. El dueño de la finca, habitualmente, si los carboneros o leñadores eran apreciados, recibían el importe, una vez que vendían la mercancía a “cargueros” que comerciaban con el “material”, en las poblaciones más dispares…

En ocasiones, si los carboneros o leñadores “no eran de fiar”, el propietario de la posesión les exigía garantía o fianza; casi siempre en metálico, antes de empezar a faenar… Los carboneros de más solvencia, trataban directamente con el latifundista y no con el mayordomo o el guarda; comprando, a veces los lotes de encinas ya taladas y apiladas por leñadores que “hacían monte al jornal pa el amo” a peseta la jornada o a veinte céntimos la arroba. Cada quincena, un par de miembros de la cuadrilla, de los más “ligeros”, se desplazaban desde el “corte” a los pueblos cercanos, para arreglar herramientas y “echar el hato”… La comida básica de aquellos operarios, se componía de gachas de harina de almortas, migas, potaje de judías y garbanzos, ajo arriero, patatas asadas y bellotas, tocino “gordo”, bacalao y como manjares la longaniza, los “galianos de pastor” y el “caldo de patatas con conejo”, ya que tenían prohibido cazar en los cotos donde “hacían monte” o carboneaban…

No obstante si les estaba permitido “guinchar” lagartos, recolectar yerbajos, caracoles, espárragos, setas y huevos de ave “que perdiz no fuera”… Como dato a tener muy en cuenta es, que en las inmediaciones de las carboneras, donde radicaban los chozos, aparecen restos de bivalvos; cuyas características morfológicas corresponden a náyades de agua dulce, concretamente a la especie Unio pictorum, muy abundante, hace décadas, en casi todos los hábitats fluviales del Alto Guadiana. Lo que indicaría que también formarían parte de su desaborido “menú”, una vez condimentadas…

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Segunda parte del artículo titulado «Antiguos carboneros en los encinares de la cuenca del Alto Guadiana».


(1) JIMÉNEZ, S. Real Sitio de Ruidera, 2000.