Cuando las mujeres de estos contornos, lavaban las indumentarias y demás bastos estambres, con pegotes de greda, ceniza, cal y fregaban el vidriado y las sartenes con “tierra blanca-blanquizar”, extraída de primitivos lechos fluviales, las familias de los “los centralistas”, utilizaban detergente “Bílore”, mercado en Tomelloso, Manzanares y Villanueva de los Infantes.

Y cuando los libros del común eran: “La Cartilla del Tomate”, “El Catón” y algún que otro ejemplar de la Enciclopedia Álvarez, a “los centralistas” más instruidos, politiqueros y de mayor escalafón, se les veía con periódicos en las manos. Pocas eran las personas extrañas que pasaban al interior de las centrales… Raro era el día que no aparecía alguien a pedir “aceite quemado” para los candiles, engrasar las bicicletas o para que les explicaran el contenido de escritos, que les enviaba la administración, principalmente el ayuntamiento de Argamasilla de Alba, del que Ruidera era anejo. Pero nada más dar los primeros pasos, asomados, se quedaban parados, con las palabras atragantadas…

Ocho meses de contrato

En los ocho meses de contrato, también sustituí, los días de libranza, a centralistas de la central de “Santa Elena”… Hay pasajes de nuestras vidas, que jamás escapan de nuestro entendimiento y de vez en cuando porracean en nuestra conciencia, bien para entristecernos, bien para alegrarnos, pero siempre para fortalecer nuestro raciocino…

En una de las suplencias, estaba de “Jefe Cuadro” un tal Telesforo, sujeto muy campechano… Bien entrado el día se formó una fuerte tormenta; el teléfono que estaba instalado en la entrada, en una constreñida antesala, no paraba de sonar… Telesforo se puso al habla y al percatarme de que tardaba más de lo habitual, fui a echar un vistazo y al aproximarme comprobé que estaba asido a un cable, con los dientes enclavijados, fuertes convulsiones, sin poder articular palabra… Impulsivamente tiré de él y los dos caímos en el suelo…

La suerte que tuvimos de no “diñarla chuscarrados”-como él decía- fue porque lo agarré de la vestimenta…

Sala de máquinas de San Alberto, años 80
Sala de máquinas de San Alberto, años 80

La máquina Gorda

En la central de “Santa Elena”, instalada entre las lagunas “La Batana” ( a la cual tachábamos de laguna fría, de sombras, que daba repelús”) y “La Colgada”, funcionaban dos turbinas, casi de continuo, a “plena carga”; con dos alternadores de 525 kw. Cada uno, fabricadas (según me instruyeron Telesforo y otros centralistas) en Zúrich, por la empresa Escher Oyss, 560 c.v., con una potencia de emplazamiento, de “generación de electricidad”, de hasta 900 kilowatios a la hora; siento su sistema de acoplamiento, análogo a la de “San Alberto”.

En la central de San Alberto, que fue donde más tiempo faené, había tres máquinas; dos de ellas, la número uno y la número dos; con una potencia máxima de 1000 kw., marca Felten Guilleaume Lahme Yerwrke, A. G., Franfutr-Main, empresa Büglet-Hassen y Cía.

Fueron importadas de la ciudad alemana de Gotha, al igual que una fantástica grúa, dispuesta estratégicamente a la altura de la techumbre, para levantar más de cinco mil kilos de peso. Y alemanes eran también los cuatro o cinco técnicos que las montaron; hospedándose en la aldea de Ruidera, en la posada-mesón de mis abuelos maternos.

La máquina número tres: A. Planas Escubos (Barcelona), “La Gorda”, cuando funcionaba a “plena carga”, la generación de energía rebasaba los 600kw/hora.

Operarios bajando la máquina gorda por las escaleras de la central hidroeléctrica de San Alberto en Ruidera, años 1920-1925.
La Gorda llega a Ruidera (1)

Se hizo inolvidable aquella ocurrencia de Ramón Victoria, alias “Fuche”, nativo del vecindario de Ruidera, cuando al ver alumbrar las primeras bombillas exclamó: “¡Fuche, Fuche, leche jodía, me cagüen el diablo, que nos van a ver los guardas de las fincas, de coger esparto y leña por la noche…!”.

El ocaso de las centrales del Alto Guadiana

Al poco de iniciarse la década de los años setenta, dejaban de funcionar “San Alberto”, “Santa Elena” y “Ruipérez”. El estado de la maquinaria, se puede decir que era aceptable, pero una década más tarde, tras fallidos intentos de poner en marcha, de nuevo, alguna de las instalaciones, como fue el caso de “Miravetes”, no se llevó a la práctica por las más diversas causas… A partir de aquellas fechas, todo quedó sumido en el más absoluto de los abandonos…

Entre los años 1982-1984, los daños causados por saqueos, a varias centrales, ascendían a unos cinco millones de pesetas; según datos facilitados, entonces, por Julián Serna Valverde, encargado de Unión Eléctrica en Ruidera. Los alternadores de la central de “San Alberto”, aparecían desguazados y machacada su instalación, para extraer las bobinas de cobre, de 55 kilos de peso cada una. También aparecían desmantelados los colectores y rotores; descuajando bobinas y piezas del inducido. Tres pequeños transformadores de intensidad, eran desmontados; la instalación de los alternadores al “Cuadro” y gran cantidad de conductores eléctricos. En la central de “Miravetes”, se prendó fuego al alternador de la maquinaria más antigua y en la de “Santa Elena”, desguazaron varias mangueras para obtener el cobre. El material substraído era vendido entre 110 y 150 pesetas kilo.

La cantidad que Unión Eléctrica pidió en 1981, por algunas de estas centrales fue: quince millones de pesetas por “San Alberto” y seis por “Santa Elena”, incluidos los terrenos que las circundan. Por ello se interesó el que fuera Director General del Territorio y Medio Ambiente, en Albacete, Pedro Costa Morata, pero como solemos decir coloquialmente, todo quedó en agua de borrajas… Y esque, ¡Hétenos aquí! En el Aguazal Altoguadianero, con muchos rodales de caracteres sorprendentes, de apariencias “compensatorias” (mirar en psicología), con no pocos estigmas de falacias y picardías en los semblantes, pero, asombrosamente, nunca fueron tratados con el desprecio que merecían… Hoy, cuando esto escribo en la primavera de 2019, aquellas centrales hidroeléctricas del Alto Guadiana, que tantos hogares sacaron de la tinieblas, han sido abducidas por “La Sombra) (que dijera Jung); por la foscura y desidia de los “ordenadores” de los pueblos y del mundo…

En aquellas centrales ya ha obscurecido para la eternidad… Las reliquias de su imponente maquinaria, se desintegran y sepultan en un pavoroso pánico enclaustrado…

Hoy son ruidos de extraño silencio; repiques debarajustados de restos de una maquinaria, cuyos “timbres” de decadencia azuzan al miedo… Es el final de un fabuloso patrimonio, mal habido y peor tenido…

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Imagen de Portada. JIMÉNEZ, S. Máquina Gorda, en la central de San Alberto de Ruidera, años 1920-1925, Cavilaciones en Ruidera, 2007.
(1) JIMÉNEZ, S. Operarios bajando la máquina gorda por las escaleras de la central hidroeléctrica de San Alberto en Ruidera, años 1920-1925.