Parando de elucubrar sobre en qué punto del cosmos se encuentran aquellas chispas o pequeñas descargas, que saltaron cuando Tales de Mileto frotó los trozos de ámbar; evidente es que ya se van alejando aquellos días, en los que el descubrimiento de la electricidad, (palabra ya conocida en el siglo XVI) dejó perplejos a nuestros abuelos e ilusionó a nuestros padres; Tan magno invento, legado por genios como el norteamericano Edison, con su lámpara incandescente de filamentos de carbón y el serbocroata Tesla, entre otros científicos; se empezó a aplicar con prontitud, para el consumo público, en los países más industrializados, entre ellos España.

El gran revuelo que sus ventajas produjeron, hicieron que los reinados del carbón, gas y en cierto modo el petróleo, abdicaran con rapidez, cediendo el trono a la bombilla eléctrica, cuya morfología no ha variado, exageradamente, desde hace un siglo. Así, al tiempo que “nacía” la luz eléctrica, “nació” la fuerza, o sea, la aplicación de la electricidad al movimiento de las máquinas, que se ubicaban junto a los cursos fluviales, aprovechando las corrientes de agua, como fuerza motriz, para producir energía eléctrica.

En el Alto Guadiana, entre los años 1902-1926, se instalaban seis centrales hidroeléctricas.

Recordando las centrales del Alto Guadiana

“Santa Elena”, enclavada y escorada a la derecha, en la barrera travertínica o de tobazo, que separa las lagunas “La Batana” y “La Colgada”; la cual según datos documentales se puso en marcha el año 1902, pero en los anales de la memoria del colectivo del lugar “echó andar”, para probar, unos meses antes… Y se solía comentar que los primeros azadonazos los “pegó” un tal Sebastián, miembro de una cuadrilla de ocho o diez obreros más, el año 1897.

“San Alberto”, entró en funcionamiento en abril de 1910. Pero sería allá por el año 1902, (según personas mayores, en tiempos de mi niñez) cuando una cuadrilla de más de una docena de jornaleros comenzó el zanjado y cimientos en lo que se conocía como “tobazos” de la Cascada de Lunamontes (Bogue Luffmann) y más tarde “tobazos” de la Cascada del Hundimiento. Cascada que, solía recuperar su equilibrio hídrico (que no biológico) durante unas horas, cuando la central paraba un domingo, para engrasar parte de la maquinaria.

“Ruipérez”, ubicada en la embocadura y margen fluvial izquierdo, de la laguna “La Tinaja”, “arrancó” (decir de la gente) el día 5 de enero de 1920, paró dos días y luego “arrancó” el día 8, definitivamente. (Juan Carlos Marín Magaz).

San Alberto
San Alberto

“El Ossero”, radicada en la embocadura de la laguna “La Conceja”, comenzó a marchar a finales de 1927, después de Eduviges Notario Victoria y Luciano Notario Victoria, vecinos de Ossa de Montiel, (documento de dos folios, posibilitado por don Rafael Mora Alcázar, juez de esa localidad) el día 22 de Septiembre de 1926, autorizaran a Julián Navarro García, vecino de Casas de Benítez, propietario del molino “El Ossero”, la construcción de un canal de cuatrocientos treinta y ocho metros lineales y la piedra necesaria para las obras de la central.

“Miravetes”, montada al filo del agua, en enclave de los molinos harineros del mismo nombre, en el borde de la laguna “El Cenagal” o “La Cenagosa”, (machacones serían más datos) comenzó a producir energía eléctrica, en febrero de 1909. Contaban los lugareños que en aquella obra faenaron una docena de braceros del terruño, con azadones, picos palas y layas de última generación y flamantes espuertas terreras de pleita, mercadas a pleiteros de la población de La Solana. Referían en la zona que, por la dura brega, casi todos los jornaleros padecían de reflujo esofágico, (histérico de estómago le llamaban en el paraje) el cual mitigaban con almorzadas de tierra, cribada con jirones de burdo cheviot…

La central de “San Luis”, se abarrancó en lo que hoy es “La Cola” del Pantano de Peñarroya, en el ámbito de indefinibles vallejos, con sus muchos bosquecillos y sus muchas crónicas y cosas, empezando a funcionar cuando la de “Miravetes”.

Una solución al paludismo

El bienio 1942-1943, el Paludismo “pegó” bastante fuerte en la cuenca del Alto Guadiana… Fueron días y noches de muchos rezos comprimidos y salmos de desolación; prendiendo velas benditas en los sofocos de los cubículos, con techumbres de carrizo y suelos de barro… Los enfermos, al caer las sombras de la noche, pedían agua y se les hacía tragar frutos o “bolas” de retama (Lygos monosperma), e infusiones de plantas recolectadas en fechas señaladas para hacer el bien y el mal…, entre infernales calenturas y delirios…

Largaban “lenguas malas y güenas, pero certeras” que, cuando doña Enriqueta Sánchez Mulleras, propietaria de los molinos de Miravetes y de la finca lindera: El Quinto de los Barrancos de La Magdalena”, quería despedir a pastor, guarda, gañán o “criado de mil labores” de sus varios latifundios, los trasladaba a las casas de “La Magdalena”, (antes Real Sitio de La Magdalena) junto a la laguna “La Cenagosa”, donde “el paludismo hacía estragos en las personas y hasta al diablo le daban las calenturas tercianas y cuartanas”.

En aquella época, Julián Navarro, propietario de centrales hidroeléctricas en el Alto Guadiana y en otros entornos fluviales de la península, introdujo un pececillo, poecílido, ovovivíparo de unos siete centímetros de longitud, resistente a los cambios térmicos, originario del sudeste de EE.UU., que se alimentaba de las larvas y pupas del Anopheles (mosquito anófeles) transmisor del paludismo, por lo que, la pandemia caería en picado, hasta quedar erradicada una década más tarde; pero todavía las madres, cuando los muchachuelos se daban chapuzones en reguerones y lagunas, les advertían no olvidarse de la jaculatoria: “zampuzón de Santa Ana, que no me den calenturas, ni tampoco las Tercianas”.

edificio de la central hidroeléctrica de El Ossero
El Ossero en la actualidad

Trabajando en la central de San Alberto

Aunque el año 1964, no fue un año de renombradas crecidas del Alto Guadiana, el día primero de abril, al poco de cumplir la mayoría de edad, Eléctrica Centro España S. A., me contrató para “hacer servicio” de maquinista, durante ocho meses, en la central hidroeléctrica de “San Alberto”. Es posible que dicho ajuste se debiera, aparte de por saber leer y escribir, a la baja laboral de alguno de los empleados fijos o de “plantilla”, ya que los eventuales o extras, los empleaban unos cuantos meses, los años de significativas arroyadas, cuando la “Máquina Gorda” (explicaremos en siguientes capítulos) funcionaba a “plena carga”… Al no andar mal en lectura y escritura, caí que ni pintado, ya que había que verificar la escala de la “Cámara de Presión” o Repartidor de la toma del agua, enfocar, descifrar con rapidez y precisión las revoluciones de los alternadores, marcadas en voltímetros o tacómetros, instalados en el “Cuadro” o panel colocado en la zona central de la fábrica. Al funcionar las máquinas, acopladas con la Central de Puertollano, si las descargas eléctricas o sobrecargas colapsaban la red y frenaban los alternadores, a la voz de: ¡fuera!, que daba el jefe del “Cuadro”, había que cerrar las turbinas lo más rápidamente posible, para que no se rompiera el correaje del cigüeñal o “embrague de correas” que, en situaciones límite, saltaban evitando que se incendiaran los alternadores, con capacidad para producir hasta 500 kw hora. Se contaba en tono de chirigota, lo acaecido un día de tormenta, al saltar llamaradas y culebrinas entre las máquinas y el jefe del “Cuadro” dar la voz, entonces uno de los nobeles maquinistas, salió de la central como una exhalación; “como alma que lleva el diablo”, rumbo a las viviendas de los centralistas y no regreso hasta pasado el vendaval…

Desaparecidos los contratiempos, de nuevo acoplábamos las máquinas, abriendo las turbinas, calculadamente, frenando el “Volante de Inercia” con una palanca de madera; teniendo que ser de una gran precisión la presión ejercida sobre el “Volante”, hasta conseguir unas 600, revoluciones por minuto y el encargado del “Cuadro”, a golpe de rueda o interruptor dejar acoplada la instalación con la Base de Puertollano. Aquellos centralistas de “plantilla”, dada su seguridad laboral y poder adquisitivo, se puede decir que, comparados con la menesterosa faltriquera del colectivo aldeano, (que moraba en habitáculos con techumbres de cañizo, hasta que en 1961, siendo alcalde de la aldea de Ruidera Julián Serna Valverde, se concedieron subvenciones para adecentarlos) eran la Jet Set de la zona; eran las familias de más importante relieve económico-social del lugar.

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Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Sala de máquinas de la antigua central hidroeléctrica de San Alberto en los años 80 del siglo XX, poco después de su cierre.