La iglesia en la segunda mitad del siglo XVI

En 1550, se ha construido en la iglesia, al lado de la tribuna de madera, otra tribuna pequeña para colocar en ella el órgano, teniendo un tabernáculo en el altar mayor, de talla dorada con una imagen de Santa María Magdalena, de bulto redondo, mientras que a mano derecha, hay otro altar pequeño con una imagen de Nuestra Señora, de bulto redondo con el niño Jesús en los brazos, encontrando en la parte del evangelio otro altar, en este caso con la imagen de Santiago de bulto, que ha sustituido a otra que había con anterioridad, de Santa Catalina, la cual ha sido llevada a la nueva ermita que se acaba de construir en la villa y que es de dicha advocación.

El mayordomo es Hernán Patiño, que presenta unos ingresos de 17.562 maravedíes, de los que ha gastado 12.748, 9.000 en una capa de carmesí ligero bordado, 1.311 en el viaje de ir a Toledo para hacer dicha capa, y el resto se ha utilizado en pagar las visitas del vicario y otros gastos corrientes de cera, aceite y vino, quedándole un sobrante de 4.814 maravedíes, más 3 fanegas y 9 celemines de cebada, 20 celemines de trigo y 23 de centeno (27).

Al mayordomo se le encargó que echase un suelo de yeso con tierra gruesa en la tribuna de la iglesia que lo “tiene todo maltratado”, que se abra una puerta en la escalera de la tribuna con su cerradura y llave, la cual deberá tener el sacristán, para que no sufran quebrantos el órgano, los libros y las campanas. Asimismo, se le ordena que haga construir una chimenea francesa en la pared del hastial donde están las campanas.

En estos años, el cura de la iglesia es el bachiller Julián de Santiago, de la Orden de San Pedro, que había sido nombrado para el cargo, el doce de diciembre de 1544, teniendo el beneficio curado: treinta ducados que dio Mari Álvarez, mujer de Aparicio de Arenas, con cargo a treinta y tres misas anuales por su marido, más unas casas y unas viñas en el camino de Socuellamos, que eran de Gómez de Tévar, que fue vicario del Campo de Montiel, para que con sus rentas se le diga una misa cada quince días; una viña de 1.700 vides que dejó Garci Martín del Pozo y su mujer, con cargo de un responso cada sábado; una viña de 300 vides en Pago Redondo y 600 en el Corvillo que mandó Juan Romero con cargo de una vigilia y misas los domingos; una viña de 300 vides en Pago Redondo que dejó Bartolomé Sánchez para una vigilia y una misa, una viña de 400 vides en la Poya de Miguel López que dejó Pedro Martín con cargo a una vigilia y una misa en el día de la Natividad; una viña de 700 vides, que dejó Alonso y su mujer en pago de una vigilia y una misa cada año y doce ducados que entrega cada año el comendador de Montiel. Todo ello supone un valor aproximado de diez mil maravedíes anuales (28).

Iglesia de Santa María Magdalena de Ossa de Montiel. Años 60 del siglo XX.

Santa María Magdalena, años 60

El 2 de julio de 1574 se producirá la anexión de las rentas de la ermita de San Pedro, al beneficio curado de Santa María Magdalena, lo que supondrá el fin de su independencia económica, quedando obligado el cura y la iglesia a cumplir con los gastos y reparaciones de la ermita, según orden dada por el administrador de la Orden, Pedro de Solchaga. Entre los bienes de la ermita se encontraba la laguna de San Pedro, cuya pesca se arrendaba anualmente (29).

La crisis del siglo XVII y su repercusión en la iglesia de Ossa de Montiel

En los últimos años del siglo XVI, la crisis seguía golpeando con fuerza Ossa de Montiel, y la población vivía una precaria situación, que culminará con el hundimiento de la Audiencia pública, lo que hizo necesario acotar la dehesa de los Enebrales para volver a levantar el edificio, un nuevo Ayuntamiento y la cárcel (30).

La fuerte presión fiscal que tendrá que soportar durante el siglo XVII, en el que a los impuestos normales, se sumaba el esfuerzo necesario para atender los continuos conflictos que acabarán desangrando a una población que ve como sus habitantes se van reduciendo poco a poco, pasando de los 120 vecinos que había en el último cuarto del siglo XVI, hasta los 74 que hallamos en 1638

Aparecen numerosas referencias a la pobreza, tanto de la villa como de sus vecinos, al tiempo que una de sus principales fuentes de ingresos, la feria que se celebraba coincidiendo
con la festividad de San Martín, había decaído de tal manera, que se daba prácticamente por desaparecida.

En esta situación, la actuación del Concejo sólo se limitaba a pequeñas reparaciones o mejorar algo la administración de la iglesia, como en diciembre de 1644, al ordenar la reparación del suelo de la iglesia parroquial, o en marzo de 1650, cuando al observar que no tiene sacristán, decide nombrar hasta fin de año a Juan López de la Piedra, pagándole un salario de 200 reales (31).

El comendador, por su parte, se desentenderá de la situación de la iglesia, limitándose a concederle el diezmo de la tercera casa en importancia de la villa para sus reparaciones, lo que suponía unos ingresos de 443 reales anuales, claramente insuficiente. Cuando en 1693, el cura Juan de Vitoria releve a Juan de Almendros, se encontrará con una iglesia en un estado lamentable, teniendo sólo tres o cuatro casullas viejas con dos o tres capas raídas, remendadas y raspadas. Los altares tienen unos frontales “hechos pedazos y son ridículos”, algunos incluso de lana, suponiendo una “grave indecencia”, no habiendo ni una cruz, ni campanillas o aras, ni tan siquiera, unas andas para cuando se saca en procesión la imagen de la patrona, Santa María Magdalena. En la sacristía sólo hay un cajón casi destrozado para guardar los ornamentos, siendo necesario dorar la custodia y adquirir una silla para el preste, misales para los oficios y un incensario para el coro, así como reparar el órgano.

El edificio se encuentra en mal estado, con el campanario “muy maltratado”, y las esquinas y estribos de la iglesia en malas condiciones, siendo necesario mudar la pila del bautismo que se encontraba en el centro de la nave y molestaba a los fieles. Era preciso reparar la portada de la iglesia, los suelos, la sacristía y la capilla del bautismo; blanquear el edificio desde los arcos hacia abajo, aderezar el osario y el campanario, junto a otras pequeñas reparaciones.

Los gastos corrientes de la iglesia eran importantes e ineludibles, incluyéndose entre ellos, los alimentos, el aceite para la lámpara, la cera y el vino, más el salario del sacristán y otros gastos menores, lo que suponía unos cien ducados anuales, no teniendo otros ingresos que los 450 reales del dezmero de la tercera casa, que eran completados con la limosnas de los fieles, pues aunque la iglesia tenía algunas tierras “no ay quien las atienda ni de nada por ellas por haverse alçado el monte con ellas”, no prestando atención el comendador a las reparaciones necesarias de la iglesia (32).

Iglesia de Santa María Magdalena de Ossa de Montiel. Años 50 del siglo XX.

Santa María Magdalena, años 50

En realidad, los ingresos eran algo mayores, pero de todas formas insuficientes, pues a las rentas del excusado que entre los años 1689 y 1694, alcanzaron los 2.215 reales, había que sumar otros 5.225, de los cuales 3.650 procedían de las ayudas de costa que pagaba la encomienda (730 reales anuales), los ingresos de los bautizos que en esos cinco años ascendieron a 184 reales, 107 de las bodas y 641 de los entierros, mientras que los votos de la villa eran 30 reales (6 anuales) y 642 de otros derechos y limosnas (33).

Ante esta grave situación, el cura Juan de Vitoria, decide poner una denuncia el 8 de julio de 1695, al Consejo de las Órdenes Militares, exponiendo las condiciones en que se encuentra la iglesia y solicitando que se condene al comendador, para que del diezmo de la villa se hagan las reparaciones necesarias y se compren ornamentos para realizar con decencia los oficios divinos.

Alonso de Aguilar, miembro del Consejo de Su Majestad, observó cómo en el Consejo había un oficio del Rey, ordenando que de las fábricas de la iglesias o los bienes de las Órdenes, se realicen las reparaciones necesarias y la compra de ornamentos, por lo que ordena al Vicario de Villanueva de los Infantes que haga las averiguaciones oportunas sobre los diezmos de la encomienda de Montiel y La Ossa, de la que es comendador D. Thomas Arias Pacheco, general de artillería; de las necesidades que tiene la iglesia y si posee ésta alguna renta o fábrica, interrogando a varios vecinos de la villa.

Las investigaciones corroboraron lo indicado por Juan de Vitoria, calculando la cantidad necesaria para paliar dicha situación en unos treinta mil reales. El maestro de sastrería, Gregorio de Godoy, cifra en 16.000 los reales para casullas, capas, paños y otros ornamentos, mientras que el de cantería Juan Ruiz Hurtado y el de albañilería Pedro García Pinar, elevan a 7.628 reales los necesarios para las reparaciones más urgentes, entre las que están el arreglo de las portadas, un nuevo suelo en la sacristía al estar podridas las maderas, echar pisos y blanquear la iglesia, mudar la capilla del bautismo que está en medio de la iglesia y estorba la vista del altar mayor, haciéndola entre dos estribos arrimada a la sacristía, reparar la techumbre, levantar la espadaña del campanario cuatro varas, y retejar el tejado.

El 25 de agosto de 1695, declaró en Madrid el comendador Thomas Arias, que con el dezmero que le tiene concedido es suficiente para cubrir los gastos de aceite, cera y vino, así como que la iglesia tiene una cantidad anual de los arbitrios de la villa, que maliciosamente no han expresado los vecinos, así como los derechos de rompimientos de sepulturas, de bautismo y de la cuarta de misas para las cuales además de la limosna, se paga la cera y el vino, siendo todo más que suficiente para una sola misa que se oficia diariamente, buscando los vecinos y parroquianos construir una iglesia suntuosa, quitándole a él parte del valor que saca de la encomienda, que desde 1680, sólo tiene una ganancia anual que ronda los dos mil ducados, no siendo necesarias todas las obras que han sido pedidas.

Pero los argumentos del comendador no convencen a los miembros del Consejo de Órdenes, que lo condenan a hacer las reparaciones de la iglesia. El comendador intentará evitar el pago, arrendando la encomienda en noviembre de 1695 por cuatro años, a razón de tres mil reales anuales, pero esta argucia no le eludirá de sus obligaciones, ya que el 31 de enero y el 25 de junio de 1696, Alonso Aguilar dictará autos para que Thomas Rodríguez de Losa venda los frutos embargados al comendador y como éstos no fueron suficientes para realizar las compras y reparaciones necesarias, se acometió el embargo de los productos de la encomienda, prohibiéndole su uso al arrendatario (34).

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Cuarta parte del estudio histórico titulado «Estudio histórico-artístico de la iglesia de Santa María Magdalena de Ossa de Montiel» realizado por Concepción Moya García y Carlos Fernández-Pacheco Sánchez-Gil.


(27) AHN. OO.MM. Santiago. Libro 1085C, visita de 1550, pp. 1176-1780.
(28) AHN. OO.MM. Santiago. Libro 1085C, visita de 1550, pp. 1180-1183.
(29) AHN. OO.MM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 59.771.
(30) AHN. OO.MM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 61.785.
(31) Archivo Histórico Provincial de Albacete (AHPA). Sección Municipios. Ossa de Montiel. Caja 23, actas municipales de 9 de diciembre de 1644 y caja 25, actas municipales de 2 de marzo de 1650.
(32) AHN. OO.MM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 63.934.
(33) Para hacernos una idea de las equivalencias monetarias, ante el uso de distintas unidades de cuenta, diremos que un real eran 34 maravedíes y un ducado 375, por lo el valor de un ducado era de once reales.
(34) AHN. OO.MM. Archivo Judicial de Toledo. Santiago. Legajo 63.934.