El “Hermano Poli”, la “Hermana Julianilla”, el “Hermano Gabino”, «la Hermana Juana”, “La Pepa”, también mañosa costurera. Todos ellos eran curtidos esparteros y recias tomiceras ellas. En el pueblo de Ossa de Montiel, el “Hermano Barraco”, al que un gendarme con galones de cabo, le hizo masticar un manojo de esparto, era un menestral de “marca mayor”. Y el “Hermano Pedroso”, ducho pastor y soguero, al enredársele los ramales de la pleita, la arrojó lejos de sí, al tiempo que vociferaba: “¡ni que fuera mal de ojo, fuera pleita que me come!”.

La época dorada del esparto en el Alto Guadiana

Cuando el colapso económico, las sequías y por ende las hambrunas asolaban España y las gentes padecían la neurosis de una guerra civil, en la cuenca del Alto Guadiana, entre los años 1940-1959, se vivió la postrera y más esplendorosa etapa de la faena y negocio del esparto… También la más trágica, al producirse episodios de apaleamientos, vejaciones, injusticias y muertes…

En aquellos años, diez o doce merchantes, con carruajes para cargar hasta ochocientos kilos de esparto y más de cien haces de tomiza de veinticinco madejas, recalaban semanalmente en el Sitio de Ruidera; pagando las tres variedades de esparto: “curado”, “cocido” y verde, a cuarenta céntimos el kilo, a cincuenta, a treinta y los haces de tomiza a seis pesetas los de “cocida” y a cuatro los de “cruda”.

Vendimiadores cargando uva con capachos de esparto
Cargando uva con capachos de esparto (1)

El «Tío Jaro” de La Membrilla,- dice una antigua espartera-tomicera- era el más de fiar porque pagaba a tocateja, y de Socuéllamos Rupertillo, su mujer Rosario y después su hijo Candelas, que cargaba más de diez haces de tomiza gorda y finilla en una bicicleta, pagándolos a diez y seis pesetas y a doce”. Los trajinantes, surtían de esparto y tomiza a agricultores y tejedores-artesanos de La Solana, Membrilla, Manzanares, Villanueva de los Infantes, Villahermosa, Socuéllamos, Alcázar de San Juan y otras muchas poblaciones. Avezados artífices, confeccionaban en sus hogares las más variopintas manufacturas de esparto: la espuerta común, la de vendimiar, los capachos para la vendimia, las serillas, las aguaderas o aguarones, fundas de botijos y todo tipo de vasijas de cristal, esteras, alfombras etcétera. En Alcázar de San Juan, se fabricaban exquisitas cajas para repartir gaseosas y sifones por la población. A destacar también “Las Excusabarajas”, en forma de cajoncillo, con tapa que, los obreros del campo utilizaban para llevar y preservar “la merienda”.

El negocio del esparto

El utensilio para arrancar el esparto, era “La Cogedera”: un palo de madera de coscoja, (las de los muchachos de retama, un arbusto motejado como “novia de los pastores”) de entre veinticinco y treinta centímetros de longitud y entre veinte y treinta de diámetro; ligeramente curvo en la parte distal, con resalte semiesférico o “cabeza” para que no resbalara el puñado de esparto, al liarlo y desgajarlo de la atocha. A la vara se le ataba una tira de cuero, cuerda o resistente urdimbre, rodeando el brazo por encima del codo. Como la necesidad es la que más inventa, el “Hermano Reguillo”, maquinista-mecánico de la central hidroeléctrica de San Alberto, inventó “La Cogedera” de hierro, de igual largura pero la varilla de hierro tenía un grosor de doce milímetros de diámetro, (con lo cual el espartero abarcaba más esparto) fabricándolas artesanalmente en una pequeña fragua que ingenió entre unos vetustos paredones, a la trasera de la Casa del Rey.

Cogedera de hierro donde se liaba el puñado de esparto
Cogedera de hierro donde se liaba el esparto (2)

Una decana espartera, en su retentiva el grávido fardo de esparto y leña, a cuestas, transportado por veredas, sendas, caminos, laderas de cerros y cuestas ( como la llamada “Cuesta del Pedo”, próxima al Cerro de las Canteras); que no se resignaba a vivir de olvidos, por atajos de ficción, se “desplazaba” hacia aquel espacio-tiempo y con la amargura “del penar”, nos contó hace tiempo: “Cada día de esparto y leña por esos montes que, con tanto penaero cogíamos y cuando nos pillaban los guardas y los guardias, nos hacían de llevarlo a los cortijos; al cuartelillo del pantano de Peñarroya, a Argamasilla o Alambra, eran manojos que arrancábamos de nuestras vidas y pa siempre la de alguna criatura, con un haz de esparto a las costillas, y no hace falta que más diga… Por el camino rezábamos avemarías y padrenuestros… En su tiempo, cogíamos bolas de las gamonitas de los gamones (asfódelos) pa los gorrinos y si se nos daba bien la cosa, alguna se ponía cantar por el camino: la viudita, la viudita, se quiere casar, con el Conde, Conde de Cabra, con el Conde, Conde de Ca… Las puntas del esparto y los estabones eran tantos hincaos en las manos, que no podíamos ni rascarnos la cabeza y según se nos daba la cosa, hacíamos un redondel o una cruz en una tarjeta o en el almanaque…» -Traía aquel acto a mi memoria, lo referido en la literatura sobre clanes escitas, que al finalizar el día, según lo acaecido, calamitoso o venturoso, depositaban en un recipiente una diminuta piedra, negra o blanca-. En aquel escenario varado, pero no esfumado, la inveterada espartera se desprendió de su conturbación y angustia, y con alegretes gestos continuó.

Había un espartero viejo, de los tiempos del “Hermano Tostón”, el que se daba los rascuzones en las manos, y del “Hermano Taladro”, padre de la madrasta de tu padre, que decían que estaba un poco falto, pero se acordaba de cuando, antiguamente, la “Hermana Zompa” tenía un horno cerca de la fábrica de la pólvora y de tonto no tenía un pelo, aunque si su mal chisquero, que cuando le preguntaban por qué estaba soltero, contestaba: “porque las mozas que a mí me gustan, yo no les gusto y a las que les gusto, no me gustan”. Y cuando le decían por qué siempre iba solo a por esparto, leña y a lo que saliera, contestaba con una sonrisilla de granuja: con mucha gente, lo mejor es no tener cuenta, porque chaspan mucho y luego se van, como los lagartos, al sol que más calienta. Un día, en la carretera de Alhambra, volcó un camión cargao de vino y más cosas, cuando el estraperlo estaba en su pompa, de un ganadero que le decían Sancho Dávila y se apedorró de vino y no paraba de decir: «a tu amo del alma le harás los cargos, que según sean los almuerzos serán los carros… ¡Qué tiempos aquellos!” -Exclamó la anciana espartera, santiguándose, un tanto confusa, sumida de nuevo en su lacerante nostalgia…

El acaecido más llamativo en relación con las habilidades de los operarios del esparto, nos la traslada don Rafael Mora, juez de Ossa de Montiel, sobre un vecino de esa localidad: el “Hermano Elviro”, que en la guerra de África, se libró de pegar tiros en “El Frente”, por dedicarse a hacer espuertas terreras de pleita, para sacar tierra de las trincheras.

Maña de esparto, cogederas y madejas de tomiza (3)

Un gélido ventorrillo triscaba entre los punzantes espartizales, aquel nueve de enero de 1953. De la aldea de Ruidera, partían por la vereda hacia el “Coto de Ruidera”, (hoy propiedad de la familia Koplowitz) cuatro chavales quinceañeros: Ramón Ramírez, su hermano José Ramírez, Antonio Mayordomo y Juan Capdevila. Su propósito era hacerse con unos haces de esparto, para tejer tomiza y comprar algo de pan. No llevaban más alimentos en los bolsillos de la ajada vestimenta, (y en la tripa) que una dura “Torta de Navidad”, que les mostró Juan; por lo que, los otros, al verla lo engatusaron, para hacer de perros y que les fuera echando trozos, de vez en cuando… Retornaban con unos manojos de esparto, sobre las dos de la tarde, cuando los sorprendió el guarda… -Hemos de resumirlo-. El vigilante se echó la escopeta de un cañón a la cara y le disparó a Ramón, en la parte frontal, cayendo de espaldas, muerto en el acto, con el esparto a cuestas… Los otros tres muchachuelos, ciscados de miedo, por si el arrepticio guarda volvía a cargar el arma, no pararon de correr hasta llegar a la aldea… Allí las espinas en las manos de Ramón, la ilusión y sueño errantes, que jamás vivió…

Don Tomás

Allá por los años 1953-1954, recaló en la Cuenca del Alto Guadiana y más concretamente en la aldea de Ruidera, en un “hermosismo auto”, (así decía la gente) un vecino de Toledo, llamado Tomás Talavera, al que los nativos, “ni cortos ni perezosos” le empezaron a llamar “Don Tomás”. Era aquél un tipo de semblante hipócrita y prepotente, presumido, repulido y espión, que lanzaba a los cuatro vientos, pertenecer a una estirpe de militares de rancio y alto rango… Sus negocios (que él dijera) negocios del esparto y sus derivados, a gran escala… El insigne “Don Tomás”, enseguida se percató de la magnitud de los espartizales de la Cuenca del Alto Guadiana y de la manera tan elemental que estaba siendo aprovechado el recurso, por los lugareños; entre ellos Isidro Álamo Parra y el pequeño almacenista, Salvador Jiménez Álamo. A Jiménez Álamo lo acosó, difamó y trato de coaccionar para que se uniera a su “tripero trajín”…

Faena del esparto en el Alto Guadiana
Esparteros del Alto Guadiana (4)

Jiménez Álamo le plantó cara con tanta honradez y razón como intrepidez, y aquel enérgico valor, le acarrearía la quiebra de su comercio y la desolación. “Don Tomás”, blandiendo sus fastuosas credenciales, se granjeó la amistad del abolengo feudalista y del apocamiento de la materia pordiosera, apesebrándolos a todos, en un abrir y cerrar de ojos… Así, un día, a la ardentía de una bacanal cortijera (“factor socializador”) y “Las Pozas” estar repletas de esparto y tomizas y el “Descansadero de Ganado”: “Las Eras”; el magnate de la gramínea, con la “venia” de autoridades gandulonas y chupandinas y recubierto por dos guardaespaldas venidos de Toledo: Fernando y Robles, se presentó en “Las Pozas” y aireando verbalmente que ningún espartero “indígena, de extranjis y lunero” tenía guía de pertenencia ni de procedencia del “material”, se apropió de todo en un par de días ; trasladándolo con su camión a sus almacenes. Adquiridos los mayores espartizales de estos contornos, “Don Tomás” formó la ficticia razón social: “La Contrata”. “Contrata de funcionamiento fullero y pendenciero; sometiendo a esparteros y esparteras de la zona, a sus exigencias, en obligada complacencia, o por el contrario acabarían de “galeotes”.

El ocaso del negocio del esparto

En las ciudades que se abastecían del esparto de la Cuenca del Alto Guadiana, se comenzaban a expender vistosos y resistentes recipientes de goma, cuyos precios competían con los de esparto, e incluso más baratos… El año 1959, “Don Tomás”, “oliéndose” el derrumbe de la actividad espartera, se las piró a Toledo, dejando ristras de chasquidos, adeudos y desolación, en familias, siempre en penosa búsqueda de la subsistencia… La ancestral asfixia que el latifundismo venía ejerciendo sobre el Sitio, se acrecentó… La producción de alimentos era escasísima, en pequeños quiñones a lo Van Gogh, que andaban por la docena… El vecindario se devanaba por conseguir señor-señorito-amo, alardeando si lo había logrado… En vereda y vega, pacen en acelerado herbajeo, exiguos hatos de ovejas y cabras… Ahí yaciendo durante siglos, socaliñas, chaqueteos, dominancias y crueldades. El estándar de vida, era de absoluta pobreza, lo que acrecentó la emigración…

Y aquel universo del esparto, esfumado y envejecido en sí mismo, quedaría totalmente en el olvido, por un inadvertido registro y catalogación.

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Segunda parte del estudio histórico titulado «La cuenca del Alto Guadiana tierra de esparto».


Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Trabajando el esparto en el Alto Guadiana.
(1) JIMÉNEZ, S. Vendimiadores cargando uva con capachos de esparto.
(2) JIMÉNEZ, S. Cogedera de hierro donde se liaba el puñado de esparto para desprenderlo de la atocha.
(3) JIMÉNEZ, S. Maña de esparto, Cogederas, madejas de tomiza; avíos de esparto y del espartero.
(4) JIMÉNEZ, S. Esparteros del Alto Guadiana.