Por más vueltas que le doy a la olla, como solemos decir en chácharas abiertas o amigables, no hay manera de acordarme en qué año, mes y día tuvieron lugar las rimbombantes operaciones y peripecias; con sus notas sobrecogedoras y divertidas, acaecidas en el cortijo “La Moraleja”; distante unos cinco quilómetros de Ruidera y en el burgo de “Cinco Navajos”, (+-a la misma distancia) allá por la primavera-verano de 1963-1964, lo que conllevaría que varios integrantes del grupo de diez u once somatenistas, Ángel Notario, Juan Capdevila Ramírez, Anselmo Serrano, Matías Ramírez, Juan Capdevila Uceda y Crescencio González, cabo o subcabo, se movilizaran “tomando armas”, al haberles informado que: “…, en La Moraleja, en las ventanas de las casas de los amos se ven sombraluces de cosas como un pantasma (fantasma) que culebrea o ladrones asomándose y escondiéndose…”.
¿Qué era el Somatén?
El Somatén era una limitada milicia armada, formada por vecinos voluntarios, adeptos al sistema prevalente; valerosos, de virtuoso proceder (“burgueses de orden”), teniendo su origen en instituciones medievales catalanas, de las cuales tomaría el nombre: “so metent”=”metiendo ruido”; ya que era a arrebato de campanas, entre otras formas, como eran convocados. Su denominación-extractamos-, también era alusiva al grito de guerra de las primitivas mehalas: “vía fos”= “sal fuera”. Su estructuración y coordinación, se remontarían a las Cortes de Ramón Berenguer l, en 1086. (Pérez Uzueta José). Concretándose en 1172, con Alfonso l, rey de Aragón. Sus preceptos más precisos estarían en las Ordenanzas promulgadas por el rey Enrique l, en 1237. Fernando l, en 1413, lo constituiría con más potestad; capitaneado por un oficial llamado “Verguer”, que ordenaba tañer campanas, prender hogueras, tocar cuernas etcétera, para partir en busca de maleantes… El auge del Somatén continuó hasta 1716, en que por Decreto de Nueva Planta, Felipe V, lo suprimió por abuso de autoridad de miembros y oficiales… Reaparece con fuerza durante la Guerra de la Independencia; en las Guerras Napoleónicas; “cuando las bandadas de buitres se aposentaron sobre el campo de batalla, saciándose de cadáveres hasta tal punto que eran abatidos con un palo” (G. Brenan), adquiriendo prestigio en la batalla de Bruch. En 1783, la Primera República lo disolvió, pero la proliferación del bandolerismo, obligó a los gobernantes a reorganizarlo…
Tras la Segunda Guerra Carlista, el brigadier Joaquín Mola y Martínez, sería su principal impulsor, creando cabos y subcabos en las pequeñas localidades. A los “honrados” miembros del cuerpo, se les obligaba a armarse con una escopeta que “tirase con bala”… Portaban bandolera y distintivo-medallón, con el lema: “Paz, paz y siempre paz”. En 1923, el general Primo de Rivera, instituyó el Somatén en todo el territorio nacional, organizado por regiones, pueblos y barrios. El jefe, un General de Brigada, Comandante General del Somatén. Proclamada la Segunda República el día 15 de abril de 1931, al siguiente día; excepto en Cataluña, se decretaba la disolución del Somatén; otorgando un plazo de 48 horas para entregar las armas a las Fuerzas Armadas. Un nuevo Decreto de 9 de Octubre de 1945, implantaba de nuevo los Somatenes Armados en todo el territorio nacional. Decreto que quedaría pendiente de actualización, al no publicarse Reglamento ni Disposiciones Complementarias. Si bien, la Ley de 30 de Julio de 1959, en su artículo 4º, designaba a Somatenes y Somatenistas, como una Fuerza que disponía de Autoridad Gubernativa, para el restablecimiento del orden público, etcétera. En 1978, instaurada la democracia, el Senado ordenó la desarticulación del Somatén, retirándoles e inutilizándoles las armas a los Somatenistas.
El Somatén de Ruidera
El ir y venir de vecinos y “haciendo corrillos”; mujeres y críos en su mayoría, era el acostumbrado, y a la vez un tanto sorpresivo, cuando los guardias inspeccionaban el lugar; cuando había “riñascos” entre clanes, por óbitos inesperados; entre ellos: “el ahogo de gente forastera, al meterse, recién comíos, en lo hondo de la laguna”. Y más calmosos por embrollos putañeros. Años antes, también se producía algún rebullicio, por “pillar coscurro”, cuando el “señorito” (el que todo lo hacía bien y tenía derecho a hacerlo –sotto voce-) arribaba al Sitio de Ruidera, en esplendente tartana o auto.
La tufarada de unos cagajones de acémilas y asnos, se posesionaban del olfato del barrio, en la Calle Generalísimo, a la que los mocetes denominábamos: “Calle del cable Gordo”, por aquello del grosor de los alambres eléctricos; con sus más recias casucas, hondamente oscuras, y al final de la calle, se erguía en alto la raída “Casa del Rey” con su ajena y secreta gramática arquitectónica.
Un perro ladraba con aullidos chillones y a ratos lastimeros… Ráfagas de ventorrillo, traían bien compuestos remolinos de polvo, con millones de elementos… ¡Tolvaneras de materia incierta de caminos de muchos mundos! Unos gorriones combatían, piulando con muchos fueros, disputándose las ringleras de bosta zulladas por las caballerías. En una pocilga guarreaban cerdos; unas gallinas cloqueaban cerca, a la vez que, fanfarronas barcarolas de ranas se oían vagamente en las regueras y “Río del Caño”; mezclándose con el guirigay de muchachas que saltaban a la comba. Uno sujeto, aunque con trazas de honestidad en la mirada y porte aseado, columbraba a un par de turistas, “a su inexpresiva manera ibérica”, que dijera Gerald Brenan.
Era intenso el avispero de hablillas en “La Plazoleta”, en tramos de la calle del “Cable Gordo”, (Carretera Nacional nº 430) en callejones y esquinas. Gente soplándose el aliento en las orejas, otras pasándose misivas con aires vocingleros y frases poco cautelosas, propalando con decibelios de estruendo: “¡…, y que en las casas de La Moraleja, se ven cosas raras asomándose, como culebrinas por las ventanas y dicen que hay gente maleante por las “Casas de los Mantecos”, de las viñas de “Tercero” y del “Hermano Piñón” de Carrizosa y que han visto unos bultos negros corriendo pa el empantano…!”. “¡Eso, y que eran jabalines…!”. ¡Jabalines! ¡Qué jabalines ni que ocho cuartos, si por aquí no hay de eso…!”. Resueltos los somatenistas (referidos en precedente capítulo), para la salida, uno de ellos con aspecto poco amistoso y algo de berrinche, abroncó a un chavalillo con maneras candongueras, sin ataduras con la realidad, y mucha brillantina en el pelo, que tenía clavada su mirada en el arma: “¿Tú qué miras tanto el fusil, so mocoso? Que menudo amasijo llevas en la mollera…”. El crío le hizo un guiño de burla y se largó corriendo…
Del grupo de somatenistas que componían la célula de Ruidera, cuando eran requeridos para actuar, “la mayoría de las veces pocos agarraban el fusil al momento, -palabras de antiguos somatenistas- siempre echaban achaques, pretextando alguna indisposición por resfriao o calentura”. Aquel día, a excepción del cabo Crescencio, que se encontraba de “Servicio” en la central hidroeléctrica de Miravetes, el pequeño grupo partió con su toletole, camino de “La Moraleja”, (donde esperaba Juan Capdevila Uceda, tractorista de la finca) seguidos, a distancia, de unos pocos vecinos entre ellos muchachuelos de los más zascandiles… Pegados al cortijo, agitados por el inusitado episodio, viendo sin saber lo que veían y un tanto atenazados por el miedo, se parapetaron en una hacina de gavillas de sarmientos; en absoluto nada ansiosos por arriesgar sus vidas; empuñando las desusadas carabinas, probablemente marca Destroyer; cargadas solo algunas, por carecer de suficiente munición.
Mientras permanecían expectantes, unos chaveas que andaban inquietos con sus ocurrencias, se colaron en el caserón, triscando por las dependencias y con lo único que se toparon fue con unas cortinillas “aleteando”, en la potrosa y encantada ventana y con telas de araña bamboleantes… También se tropezaron con una orza de añeja miel, de la que los chaveas darían buena cuenta, hasta vocearles a los somatenistas: “¡aquí dentro no hay nadie…!”. De nuevo en la aldea de Ruidera, los somatenistas informaron al vecindario del chasco que se habían llevado, “porque en las Casas no se vio a nadie de sospecha y si unas cortinas sueltas y telarañas…”. Oleadas de estallidos de algunas risas y exclamaciones-plegarias: “¡Sea lo que Dios quiera, mejor así!”. Los Visillos destellantes y telillas de arácnidos, alternadamente refractados por relumbrones de luz, cargados de partículas de polvo en danza; la mente humana realzó el casual a una escala de crispación y fantasía inimaginables… No obstante, en la soflama del colectivo, durante días, perduraría la conjetura: “¡cualquiera sabe lo que to eso sería…!”. ¿Sería el ancestral Genius loci?
Forastero que da mala espina
Al poco tiempo, acontecería otro caso, con sus guasonas peripecias, relacionado con la misión encomendada a los grupos somatenistas, respecto del rastreo e identificación de sujetos “malhechores o que levantaran sospecha de serlo”.
Tuvo lugar el siguiente incidente e intervención del Somatén, en el aldeorrio del coto “Cinco Navajos”; en el término municipal de Alhambra, cuyos límites por su zona noreste, confinaban con la “Laguna del Rey”.
Dos o tres años después del caso de “La Moraleja”, Fidel Ocaña Rodríguez, vecino de Ruidera, bregaba de zagal con su astuta perra “Lola”, pastoreando ovejas y cabras en la finca “El Sotillo”, lindante con el pantano de Peñarroya y con la carretera Argamasilla de Alba-Ruidera, en el término municipal de Argamasilla. En una de las jornadas en las que Fidel apacentaba el rebaño, a escasos metros de la calzada Argamasilla de Alba-Ruidera, (kilómetros veintiuno-veintidós) ayudado por la perra “Lola”, oyó ladrar al animal de manera desaforada entre unos matojos de encina. Pensando que se trataría de alguna “alimaña” enmatada, se aproximó cautelosamente, enarbolando el garrote, pero se quedó atónito, “haciendo cruces”, al comprobar que se trataba de un cuerpo humano, liado con cuerdas y en avanzado estado de descomposición.
Hechas las correspondientes investigaciones por los medios policiales y análisis en el Instituto Anatómico Forense, se concluyó que el cadáver correspondía a una mujer de, entre veinticinco y cuarenta años. El tiempo transcurría y las pesquisas respecto del “autor o autores” de los hechos, según las noticias aparecidas en los medios de la época, no daban los frutos esperados…
Llegados a este punto es donde entra en escena el protagonista de la siguiente crónica, relacionada con otra actuación del Somatén de Ruidera. A los pocos meses del macabro suceso, apareció por la aldehuela de “El Sotillo”, un sujeto de mediana edad, y aunque ataviado un tanto estrafalariamente y con “una manta de rayas o mulera al hombro”, no tenía pinta de pertenecer al gremio pastoril, -comentarios de lugareños- que era en lo que el forastero buscaba faena… Los caseros de “El Sotillo” Concepción y Guillermina, le dieron “rancho y catre de balde”, durante tres días y tres noches… Tras varias y “extrañas” conversaciones con pastores y jornaleros de la finca, hablando hasta de los lupanares o “Casas de Mujeres del Canal de Tomelloso y darse miles vueltas por los montes”, se marchó, dando de nuevo señales de vida en el cortijo “Cinco Navajos”, donde había pastores con el “Hermano Ricardo”, arrendatario de los pastos del coto, vecino de la población de El Bonillo.
Caía la tarde; el crepúsculo mágico llamaba a los “espíritus”… Entre la voluptuosidad del verde-azul del entorno, melodías de contraluces, yéndose, sobre las tapias encaladas de los hogares… Todo de un blanco cuidado y limpio como un culto a la cal. Una vez más los vecinos formaban “corrillos”, en apresurado cuchicheo, al haberse extendido la mala nueva de que: “… Y por los montes de Cinco Navajos y que ha aparecío un hombre forastero, que antes andaba por El Sotillo, que da mala espina, porque de to pregunta…”. En aquellas novedosas andanzas de espanto y también de mucha sociabilidad, no paraban de circular y sonar los parabienes, hipótesis con retintín, aspavientos de sobresalto, advertencias y consejos sentenciosos, y sobre todo la circularidad de la sociabilidad en la comunidad… Una matrona que escobaba broza de delante de la puerta de un hogar, se recogía el cabello con unas horquillas y sacudiéndose el mandil con solemnes modales, consideraba: “…, que tengan mucho cuidao, no vaya y sea uno de esos, ¡Dios no lo quiera!, de esos de la eta esa que dice el arradio…”. “¡Ay Señor! Con tantos quebrantos no ganamos pa sustos y a una le va a dar algo…” -profirió otra vecina-. De seguido, a su manera, preguntó a un individuo que pasaba por allí, si sabía si era de E.T. A.; el hombre respondió alzándose de hombros…
Bien entrada la noche, los somatenistas estaban preparados para salir en una novedosa furgoneta (novedosa, comparada con los carromatos predominantes de tracción animal) marca D.K.W., propiedad de Juan Ramírez. Todos estaban pendientes del furgón, como si aquella máquina pensara… Para la fantasía del colectivo aquel ingenio era el sucesor legítimo, (“animado y pensante”) de los animales de tiro y carga. Aquellos pomposos vehículos, conferían a los propietarios, (suma y sigue en la actualidad), ante la atenta mirada de la sociedad, prestigio y estatus social, como a los senadores romanos les conferían nobleza, los ostentosos carruajes y las finas y flotantes túnicas de fino estambre. La obscuridad imponía cierto silencio, en la travesía principal y “Plazoleta”, donde solo alumbraban, mortecinamente, tres o cuatro bombillas.
Unos pocos vecinos, se encimaron al vehículo, para despedir a los somatenistas… Alguna voz enérgica: “¡Quítate de ahí, no vaya y te pillen cuando arranquen! Que estás de clavo hincao encima de la decauve, como un árbol y luego eres un pejigueras, cagueta…”. Alguien tosió y se sonó la nariz con tanto ruido, que ahogó el repertorio de consejos de un familiar de los somatenistas… “…, y tener mucho cuidao no vaya que sea un pastor de pega…”.
El furgón salió y una vez en el cortijo, -información de antiguos somatenistas- rodearon las casas y tras llamar a la puerta del habitáculo de los mayorales, el “Hermano Ricardo” abrió unas portezuelas, entraron y se cataron con el “pastor errante”, dormitando como una marmota, en un camastro que había junto a la chimenea… Requerida que le fue la documentación, el zagal dijo no “llevar papeles”… Y tras apercibirle: “Date preso…, serás conducido al cuartel de Alhambra”, lo introdujeron en la furgoneta y, el “pastor errante”, les rogó a los somatenistas: “no me acopléis entre fusiles, (información obtenida recientemente) que con los de mi primo Francisquillo tengo de sobra…”. -Metafóricamente y que se refirió a Franco-. Una vez en Alhambra, “pasó la noche en dependencias del ayuntamiento y no del cuartel y la pena impuesta fue, que le hicieron de barrer alguna calle, por tapar el expediente -palabras de uno de aquellos somatenistas- y luego, al día siguiente, se montó en coche de línea de Ciudad Real-Albacete, y santas pascuas y buenos aguinaldos, que nunca supimos quien era el pájaro…”.
De vuelta a Ruidera, muchos comentarios suspicaces, burlones y grises, como gris era la luz de las cuatro bombillas de la aldea… Al siguiente día, apacibles y exultantes paliques que arrastraban y difundían los hechos… Acontecimientos de unos tiempos de vaciedad, carencias, tedio y pobreza; constantemente flotando como nubes en forma de garras de ogros, en un universo humano profundamente inquietante… Un universo social que sentía profundamente la existencia de los hechos de la vida, de una realidad cruda y agresiva, pero con su tipo de peculiar responsabilidad y respeto…
Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Por las calles de Ruidera.
(1) JIMÉNEZ, S. El terrado de la Casa Grande de Ruidera en el primera mitad del siglo XX.
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