La ubicación de las caleras guardaba estrecha relación con los rodales de matorral, principalmente chasca de encina y romero, combustible imprescindible para la calcinación de la caliza. También se radicaban en base a un buen estrato o veta de piedra fácil de extraer y acarrear; reduciéndose el transporte, en la mayoría de los casos, a unos cuantos volteos de las rocas desde cotas más altas, aledañas al “vaso”.
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Caleras del Alto Guadiana
Para construir el “vaso” se excavaba en el terreno (casi siempre parcialmente inclinado o con peralte) un pozo de forma cilíndrica, de unos tres metros de profundidad; dos metros y medio en la “boca”, aproximadamente, y algo más en el fondo o base. En la base, quedaba una profundidad de más o menos un metro, (pozo) con forma paraboloide invertida, donde no se colocaba piedra, ya que allí era donde se iban acumulando las brasas y cenizas, fruto de la combustión de la leña, que se retiraban por la “boca” o puerta del horno, a medida que se colmataba el “cenicero” o “pozo”.
A partir de dicha base, se preparaba una especie de cornisa perimetral, con abertura para la “boca”, de más de unos treinta centímetros de anchura, donde se iba “armando” el muro de piedra vana que, tras la calcinación, se convertía en cal en “terrón”. A la vez que se iba colocando la piedra en el interior del “vaso”, la calera se iba colmatando de leña para “la quema”, con lo cual, el ramaje se utilizaba como andamiaje, durante la faena del montaje de la piedra, quedando, al mismo tiempo, cargada de combustible para la “quema”. La calera se cerraba con lastras, en falsa cúpula, de manera similar a las techumbres de los bombos de La Mancha; colocándose en la parte superior gran cantidad de garujo o piedra menuda; llamándosele a esa parte “copo”. Una vez prendida la calera, ardía, ininterrumpidamente, durante tres días y tres noches.
La cantidad de cal obtenida en cada calera, evidentemente, dependía del volumen de los “vasos”: las pequeñas y medianas, según los últimos datos conseguidos, podían arrojar hasta (así se tasaban entonces) cincuenta y cien quintales: entre cinco y diez mil kilos. Mientras que las de mayor cabida, como las mentadas en capítulos anteriores, o la del “Espinillo”, instalada en el “Vallejo de la Arena”, cerca de la población de Ossa de Montiel, generaba hasta quinientos quintales en cada “quema”. Unos cincuenta mil kilos. Entre ellas la de Francisco Reinosa, vecino de Ossa de Montiel, con sus 45.000 kilos en cada “quema”. El proceso de calcinación de la piedra, conllevaba una considerable pérdida de masa y material, por lo que cada “horno” se “armaba” con el doble de kilos de roca natural en relación con la cantidad de piedra de cal que se quería obtener.
El inicio de la actividad calera no resulta fácil precisarlo y, aunque si bien para el blanqueo de las fachadas de los habitáculos no debió utilizarse hasta el siglo diez y ocho; ya que las paredes exteriores los hogares de la ruralía medieval eran de aspecto terroso, en tiempos de los pueblos íbero y romano, ya se conocía tal proceso de calcinación de la caliza.
En el Alto Guadiana, se hallan restos de cal en vestigios de hábitat romanos, batanes, molinos harineros y con mayor profusión en la construcción de la Fábrica de la Pólvora, (1781-1785), junto al casco urbano de la población de Ruidera; en Los Pabellones del Rey o “Casa Grande” y a finales del siglo XIX, en las Centrales Hidroeléctricas.
Decadencia de una forma de vida
Con la invención de las pinturas plásticas, de los materiales de construcción actuales y los modernos productos de desinfección, se ha ido relegando progresivamente el uso de la cal; con lo cual, en los días de mi infancia, las caleras alcanzaban la repentina pendiente de su decadencia…
Las últimas caleras que se “quemaron” en este territorio, fue en 1969, y los caleros, Bernardo Caravaca, Victoriano Reinosa y Francisco Reinosa, vecinos de la población de Ossa de Montiel (1), y en Ruidera la del “Hermano Pastrana”, junto a las chabolas de la aldea.
Recuerdos y leyendas de caleros y caleras
Extraemos de ciertas leyendas, que cuando la calera estaba en plena “quema” y el “copo” aparecía al rojo vivo, las mujeres con el menstruo (las perras en celo también se espantaban) no podían ni arrimarse al calero ni mirar hacia el horno, porque la cal “salía cruda o hecha escoria”… Cierto calero solía vaticinar: «malos días de quema son aquellos cuando parpadea mucho el lucero y la perra está en celo, y güenos cuando aparece la estantigua en la rastrojera del centeno y lagrimea la Fuente del Chorro…”.
Recuerdo el “copo” incandescente de alguna de aquellas caleras, con su flamear; como un pequeño volcán a punto de erupción; donde el calero, con sus harapos de menesteroso, una hebra de moco goteando; rascándose los ezcemas de las piernas y limpiándose las guacheras de la comisura de los labios, por el polvo de óxido de calcio, solía abrasar algún cacho de tocino, (lagarto o culebra, los caleros más montanos) zampándoselos con ansia, trago viene y va, de la redoma que siempre tenía a mano, tarareando, calamocano: “le tiré un tiro a Abd el- Krim, que estaba en una chumbera y marré la puntería y le di a Primo de Rivera, que era lo que yo quería…”.
La esposa del calero, como obligaba la norma, con la mirada retraída por la mucha necesidad y matrimoniado malo, avizoraba por los intersticios de la cortina de zarzo del chozo o de saco de la casuca, para no hacerle mal de ojo a la calera…Y las comadres, alguna sin matrimoniar, “por gustarle mariposear y ser estrenadora de ciertos lechos”, refiriéndose a la consorte del calero, chinchorreaban, cuchicheando: “ésta aparenta tener regla, con más años que la Tani y to es por no atizonar leña, pa no tostarse el fandango y su cara morena… Si quien tiene un vicio, si no se mea en la puerta, se mea en el quicio…”.
Jugábamos los críos por las callejuelas y nos gustaba hacerle quites al chispear y ramalazos de cal, que saltaban del bote y al impactar en la pared, cuando las mujeres enjalbegaban las casas, tirando la lechada; almacenada en un tinajón, con un bote clavado a un varejón de almez, impregnando, protegiendo y alustrando así las tapias desconchadas…
Segunda parte del estudio histórico titulado «Cavilaciones en Ruidera: cal, caleras y caleros del Alto Guadiana»
Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Antigua calera del Alto Guadiana.
(1) Apunte de don Rafael Mora, juez de Ossa de Montiel.
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