Cal viva y cal apagada

La cal, “cal viva”, es un óxido de calcio obtenido de la calcinación del carbonato cálcico natural, “piedra caliza”. El óxido se hidrata al contacto con el agua, con desprendimiento de calor y aumento de volumen, transformándose en hidróxido cálcico o “cal apagada” que, diluida en el agua se le ha venido llamando “lechada de cal; cal de blanquear”.

La «cal apagada” mezclada con o sazonada con arena, formaba el popular mortero de cal y arena, empleado, con amplísimo espectro, en la  construcción  desde la antigüedad. A la cal, los romanos le llamaban calcis y la mezclaban con glarea. En tiempos de pandemias  era muy efectiva para “abrasar” los cadáveres, evitando con ello contagios…

Calera tradicional

Los últimos caleros

Cuando en la ribera del alto Guadiana los vientos no eran de asfalto y el ámbito olía a plantas de monte, vega; a humanización del campo…,  los caleros faenaban un tanto al margen de ciertas veleidades de la subyugación y el poder… Se afanaban acarreando piedras y leña con las parihuelas y también cabeceaban a la vera de sus caleras, radicadas al pie de senderos arrieros y trochas carreras, despertando de golpe, cuando atrapaban el recuerdo de que a la calera le faltaba leña para la “quema”.

Contaban de un calero, que “solo tuvo sueño feliz cuando dormitaba envuelto en el crepúsculo que formaba la neblina del humo de su calera…”.

Los últimos caleros de los que tenemos referencia, fueron el “Hermano” Francisco Parra y Julián Parra, que “quemaban” caleras en la parte sur de “las afueras” de la, entonces, aldea de Ruidera. “Pastrana”, originario de la población de La Roda (Albacete), en los años cincuenta, hacía cal en un “vaso” que forjó con gran esfuerzo, a escasos metros de su casuca, en la ladera norte del  hoy conocido como “Peazo del Alto”, al pie del Cerro de las Canteras.

“Carraco”, que también era carbonero, por entonces, después de “carbonear” y manufacturar cal en la finca de Las Hazadillas “quemaba” calera en un “vaso” antiquísimo, situado en la trasera de la casilla de peones camineros, construida junto a la carretera Nacional nº 430, en la Cañada Real de Los Serranos, a unos trescientos metros, al oeste, del actual camposanto de Ruidera. Ventura Parra también pergeñó caleras, en la parte sur del Cerro de la Ermita, al fondo del arroyo que desemboca en la laguna del Rey,  y también cerca de la “Senda de La Osa”, en los ejidos de Ruidera.

A la par en el tiempo, Francisco Parra Alcázar, vecino del pueblo de Ossa de Montiel, “quemaba” caleras cerca del cortijo Era Vieja, en los aledaños de la laguna Conceja, en un primitivo “vaso” ubicado en el paraje conocido como “El Vallejo del Riñón”. Este calero tenía como socio a Bernardo Caravaca, de sobrenombre “El Niñete”. El padre de Francisco Parra Alcázar, conocido como “Redios”, fue uno de los carboneros más famosos de estos contornos altoguadianeros. Todo apunta, a que un tal “Chaparrín», vecino de Ossa de Montiel, muy hábil construyendo “vasos” u hornos de caleras, fue quien montó  las diez o doce caleras que se hallan dispersas en la finca de Las Hazadillas, Era Vieja y Madero. Y otro gran “vaso” en el Coto de Ruidera, en donde se tenía por cierto, que la piedra caliza “era de la mejor” para hacer cal.

Durante varios años (preguerra y posguerra), “Chaparrín” quemó caleras en el Coto de Ruidera, asociado con Perico el de La Gabina; sucediéndoles, durante tres o cuatro años más, “Los Corraleros”, originarios de la población de Tomelloso. La mayor calera de todos estos contornos, de la cuenca del Alto Guadiana, estaba en la finca Cañada de la Manga, en el término municipal de Ossa de Montiel, que tenía dos puertas para introducirle la leña, con una capacidad para obtener más de cuarenta mil kilos de cal en cada hornada o “quema”. La ubicación de las caleras, guardaba estrecha relación con los rodales de leña, combustible imprescindible para la calcinación de la piedra.

El Hermano Calero

El “Hermano Calero”, (“Hermano era en aquellos tiempos un trato afectivo, como una especie de reconocimiento o título de dignidad a personas mayores en muchos pueblos manchegos) había terminado de delinear el punto donde radicaría su calera, de aguzar azadón y hocinos y de raspar el “risco” donde probaría con el escobajo la pureza y blancura de la cal obtenida con el flamante “vaso” y “quema”…

Sosegaba, por fin, el “Hermano Calero” en el chozo, después de conseguir autorización del dueño del latifundio para la radicación de la actividad calera, cortar leña y extraer piedra, de replantear la ubicación de la Calera, de localizar leñero y un buen peñascal… Mientras lañaba las abarcas y suaves ráfagas de viento jugaban con la hojarasca del monte, enseñaba a leer a su retoño, en un libro deslucido, desunido y tostado, para –decía- “si puede ser, que esta criatura, con el saber se libre de muchas amarguras del mundo…”.

Aquel calero, en las anochecidas remansadas, escudriñando el firmamento, fija la vista en unas luces titilantes, casi le recitaba al muchachuelo:

“cuando cesen las nubes de mosquitos de las calenturas y de alacranes cebolleros, veremos el viejo de la luna con su gavilla de romeros… Y ten cuidado cuando vayas a decir verdad, que por decir verdad te odiarán y por decir mentira te querrán, porque así está hecha la vida…”

Hombres ásperos, aquellos caleros, sofocados y abrasados por el flamear de muchas “quemas” y de muchos soles de veranos rojos, que tenían como lema: “quemar una calera tiene que ser como un buen gobierno que gobierne despacio, sin quitar ojo  de lo que se tiene que hacer bien hecho…”.

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Primera parte del estudio histórico titulado «Cavilaciones en Ruidera: cal, caleras y caleros del Alto Guadiana»


Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Casas del “Hermano Pedro Antonio” (la encamarada) y la del “Hermano Gabino Reinosa” con la cubierta de carrizo y en la entrada, que daba a una callejuela de la parte alta de la aldehuela, vecinos con  preparativos para: “vamos a tapar escarconchaos, caliches, mentiras y morroñas, con la cal que trujo el agüelo de La Ossa, que paece que en esta casa viven cuatro quincalleros…”.