Avanzaba el año 1961 y el Patrimonio Forestal del Estado, entidad de Derecho Público, dependiente del Ministerio de Agricultura, cuya finalidad era preservar y restituir el medio forestal, pacta con varios latifundistas la repoblación con coníferas, zonas de sus propiedades, desde cumbres para abajo, hasta el fondo del valle del Alto Guadiana, mediante un régimen de convenio, en base al cual los propietarios, cuando la reforestación diera sus frutos, percibirían el 40% de los beneficios y el Instituto para la Conservación de la Naturaleza el 60%.
Los hortelanos lugareños acababan de preparar los tablares en la faja de vega o “geosomeral”, cuando ingenieros del Patrimonio Forestal, apadrinados por dueños (entonces) de muchos tramos del río, (¡Río de muchos miasmas siempre!) le echaban el ojo al sitio para instalar el vivero conífero-botánico… La comparsa de principales trató a los labriegos con poco aprecio y sobrada altanería… Alguna exclamación de un indígena, mientras desmigajaba unas eflorescencias salinas: “¡cuántos embelecos traen estos, con lo salitrosa que es esta vega…!” La conformidad fue la mejor decisión y virtud de aquel “linaje” de horticultores de azadón, hoz, pala y azada, ante el leonino desalojo, de sus surcos, que solo ambicionaban seguir subsistiendo…
Para sofocar rescoldos, suavizar ademanes y silenciar blasfemias y maldiciones, muchos huertanos fueron contratados con su batería de aperos, para excavar “fajas” y plantar brotes pineros en las laderas de cerros, de luz a luz; todo en plan negro y negrero, siendo el pagador “El Forestal”, que sacaba el parné directamente de su portamonedas o portapliegos.
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Últimos molinos maquileros
No conocemos ninguna fuente a través de la cual podamos conocer el número de “Fábricas Molino” y molinos en régimen de fábrica, en la Península Ibérica, más allá del siglo XIX. De los 1924, molinos registrados, mediado el siglo XX, en régimen de fábrica, según Arturo Camilleri, 433, se instalaron antes de 1914; entre aquel año y 1936, 890; entre 1936 y 1943, 128, y desde aquella fecha hasta 1956, 148; quedando 325, sin catalogar. A finales de 1956, 213 instalaciones de la molienda molinera pararon, prácticamente, su maquinaria. En 1963, pese a las medidas restrictivas, al final se autorizaba la modernización de molinos maquileros, que agonizaban; extinguiéndose al poco tiempo dada su obsolescencia. Sobre las antiguas instalaciones se impondrían las modernas fábricas, dotadas de nuevas tecnologías.
Los últimos molinos maquileros, en molturar trigo, centeno, maíz y algo de guijas, en la cuenca del Alto Guadiana fueron: el “Molino del Tobar”, (derrumbado en los años noventa) en el término municipal de Ossa de Montiel, próximo al Castillo de Rochafrida; el de “San Pedro”, (también arrumbado en los años ochenta) en el paraje de la Cueva de Montesinos y el “Molino de la Hermana Antoñica” o del “Niño Jesús”, hoy cercano a la cola del Pantano de Peñarroya, en el municipio de Ruidera
Finalizada la contienda interior española, “los años del hambre” estuvieron marcados por sobrecogedoras situaciones de escasez de productos alimenticios, entre ellos cereales panificables y harinas, lo que conllevaría un severo racionamiento, con la consiguiente distribución de “cartillas de la ración” a las personas más necesitadas.
En estos parajes manchegos contiguos a la cuenca del Alto Guadiana muchos polvorientos y semidesérticos, en los ciclos narrados; con su clima tan poco hospitalario; con sus muchos “embarazos” o impedimentos, a veces tercos, que tanto han paralizado y despotricado, y en aquel entonces de poco trigo-candeal, mucha tremolina y escasez de “pan candeal”, los “Molinos de Agua”, maquileros, del Alto Guadiana, jugaron un papel esencial en la molturación y abastecimiento de harina, moyuelo o salvado a comunidades humanas (también a animales) comarcanas…
Pero como hasta en los periodos más provechosos y “claros” de la actividad humana, no suelen faltar capítulos sombríos, los molinos referenciados, no quedaron libres o exentos de “vendettas”, por usura y “envidietas”
Molinos del Alarconcillo
Ateniéndonos al contenido del escrito proporcionado por nuestro buen amigo y juez de Ossa de Montiel, don Rafael Mora Alcázar, en los años 1942-1943, tanto el “Molino del Tobar”, como el «Molino de San Pedro” (emplazados a unos dos kilómetros uno de otro, en el margen derecho del riachuelo “Alarconcillo”), en aquella época molían al límite de su capacidad, por la gran afluencia de gente que acudían a moler su “costalejo” de candeal…
Según la nota, Amable Oliver, nieto del antiguo dueño del “Molino de San Pedro”, unos individuos experimentados en el manejo de artilugios explosivos, colocaron una potente carga en la presa del agua, reventándola, inundando repentinamente la aceña. Hechas las consiguientes pesquisas por las autoridades, dos vecinos de Ossa de Montiel acabaron en prisión, por el bárbaro atentado… También nos documenta don Rafael Mora que, los dueños de aquel molino ingeniaron y emplazaron un extraordinario generador de energía eléctrica, que suministraba luz eléctrica a aquella aldehuela de “San Pedro”, donde moraban unas cien personas.
El grano blando o candeal
El “grano blando” o candeal, en estos lares, era el más apto para la elaboración de pan; extendiéndose su cultivo por las dos Castillas, principalmente en las provincias de Ciudad Real, Albacete, Cuenca y tierras segovianas. El Servicio Nacional del Trigo, visto el gran empobrecimiento de la nación, impulsó el cultivo de este cereal a partir del año 1948, ya que desde el año 1939 al 1948, se produjo una gran depresión en su siembra. Entre los años 1939-1950, el abastecimiento de trigo presentó incontables problemas; estableciendo el Racionamiento, cuando una fanega de candeal valía entre quinientas y ochocientas pesetas, un pan diez y siete pesetas y un jornalero ganaba siete pesetas diarias. Para atenuar el empobrecimiento, se recurrió a la importación de grano, en principio de Argentina, pero al surgir dificultades en los pagos, se tuvo que apelar a Francia, Estados Unidos y Australia. Los “Delegados del Trigo” del Servicio Nacional de Cereales, provenientes de Alcázar de San Juan y Tomelloso, ejercieron un severo control sobre los molinos nombrados del Alto Guadiana, principalmente contra el “Molino de la Hermana Antoñica”… “Muchos días -nos comenta una persona muy longeva-, pa que no nos quitaran el poco candeal del espigue, nos teníamos que esconder entre los carrizales, cerca del Molino de la Hermana Antoñica y allí pasábamos horas y horas con Jesús y Dios en la boca…”.
Hoy me nacen imágenes, como un confuso vestigio de la memoria, cuando mi tía Pepa, con su extraordinaria meditación profunda, murmuraba con mi madre y convecinas la tragedia de la hija de un molinero: “(…) y llevaba su vida consagrada, a la más alta elevación de su alma, pese a estar prendada de un pastor y él igualmente encandilado por ella… Fue un año de mucha agua y muchos molinos fueron truncados…, ella se agarró a unas maderas, cuando era arrastrada por la corriente y el zagal trató de agarrarla…, pero como ella no quería rozarse con hombre sin estar casada, se soltó y se la llevó el agua…”.
En las inmediaciones del molino del Bachiller Muñoz
Estos días, en las inmediaciones del “Molino del Bachiller Muñoz”, los carrizales, juncales y mansiegares se bambolean y enredan, zarandeados bruscamente por repentinos vendavales…
Nuestra mente, presa de ciertas sombras que exhiben invisibles estigmas de la niñez, de pronto se esclarece con las luminiscencias de las titilantes olas del río y con los gemidos dulces de los reguerones de agua que movían aquellos molinos…
La mente, creando sus filosofías, también “avizora” muchas necesidades de aquellos tiempos y se topa con ciertos límites de los mundos… Atisba nuestro cerebro a aquellas gentes, lanzadas a largas caminatas (aligerado el cuerpo por el miedo), contando cuentos viejos, armonizados, al alba, con el canto de esperanza de los gallos; con sus semblantes conturbados; con sus prolijas imprecaciones y con su incierto porvenir…Trabando coloquios que afirmaban los empecinados acosos que padecían… Algunos a lomos de asnos, con ritmos cansados, mohínos y monótonos, por fragosas veredas, bufando, de cuando en cuando, con sus narices dilatadas, por espantados, al orejear y catarse con harapos y sayones aleteando, oreándose, en bardales y matojos, como fantasmas capturados con rezos…
Tercera parte del estudio histórico titulado «Molinos… el molino del Bachiller Muñoz en el Alto Guadiana y recuerdos de la niñez».
Imagen de portada. JIMÉNEZ, S. Dibujo de un molino de agua tradicional.
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